MARCELO MELLADO,
EL EFECTO DE UN ENCANTAMIENTO, LA VOLUNTAD DE HUEVEO
Presentación a la reedición de Editorial Cuneta de La provincia. Santiago, septiembre de 2011.
UNO
Quiero partir citando algo que Mellado escribió en “Pantalla trágica”,
una columna suya reciente: “A mí el Felipe Camiroaga siempre me llamó la atención, a
pesar del desprecio que uno siente por la televisión abierta, lo encontraba un
talentoso perverso, un tipo con una gran capacidad para producir comedia,
simpático y brutalmente irónico y molestoso, marcado por la voluntad de
hueveo”.
Al leer eso pensé que Mellado estaba escribiendo sobre el autor de sus
propios libros. Y, de hecho, leyendo la novela cuya segunda edición hoy se
lanza –La provincia–, encuentro entre sus páginas otra vez esa misma
seña: voluntad de hueveo. Destaco esa voluntad como columna vertebral del
melladismo (melladismo entendido aquí simplemente como el conjunto de la obra
de Mellado), voluntad de hueveo que Pablo Oyarzún llamó más filosóficamente en
una presentación reciente de otra novela de Mellado (La Hediondez) su
cualidad de humorista, entendidos estos como quienes “nos traen de vuelta
a la superficie. En vez de andar abrochando hechos con causas y razones, hacen
crónica de casualidades... Donde los otros andan viendo e instituyen
uniformidad y coherencia, estos ven y promueven dispersión carnavalesca”.
DOS
Los libros de Marcelo Mellado pueden tener un efecto lacrimógeno, en el
sentido (policial) de que, aparte de moverlo a uno a la fuerza de la posición en
que inicialmente se encuentra, hacen estallar en carcajadas para el lector lo
peor y lo mejor de lo chileno, atribuyendo para ello a sus personajes,
justamente, lo peor y lo mejor del lenguaje chileno: por ejemplo, el festival
de sobreentendidos del decir burócrata, la floritura afrancesada de cierto
quehacer crítico local, el amaneramiento lírico y folclórico, el balbuceo
etílico y los recovecos y ambigüedades del nacional escarceo erótico. Y
también, en ciertos cuentos y pasajes de novelas como La provincia,
se vale Mellado de la coprolalia más feroz –la del resentido, la del
“flaiterío” o la del mero “huevonaje”–, para encarar y desenmascarar la
mediocridad y lo que él llama picantería nacional, aunque también dé cuenta del
ingenio, la malicia y el fino sentido de la oportunidad que caracteriza al ser
y el hablar nacional.
Delatora de falsas moralidades, del “cerderío” empoderado o “lamecaca”
del power, la posición del Mellado narrador es la del desprecio, siendo en
ocasiones a sí mismo a quien más desprecia; por ello tal vez su situación es al
mismo tiempo la del exagerador, que no es que sacrifique la verosimilitud de
los hechos por sólo darle paso al humor, sino que justamente pone en entredicho
cualquier verosimilitud mediante esa exageración, porque las maneras de ser, de
hacer y de decir del llamado chileno medio son para Mellado, como queda dicho,
antes que cualquier otra cosa intragables: por lo rascas, por lo cobardes, por
lo ineptas.
Sin embargo, Mellado puede producir el efecto de un encantamiento: a
veces, aun a su pesar, vuelve entrañable todo aquello que desprecia (cuestión
que, de ser efectiva, puede que contraríe su propia intención o voluntad).
TRES
A mí me parece que esta reedición de La provincia, a diez
años de su aparición en Editorial Sudamericana, es razón más que suficiente
para celebrar y mirar con optimismo, alegría y vaso en mano el presente
literario nacional, que para Mellado ha sido, en un punto, indudablemente
positivo: ha sido reeditado por primera vez y, al tiempo, su obra empieza a ser
reconocida afuera, como en Argentina, donde lectores agudos como Quintín y
Patricio Pron lo han leído y recomendado con entusiasmo.
No deja de ser elocuente que en su segunda edición La provincia haya
aparecido en un sello independiente, como lo es Editorial Cuneta, comandada por
Galo Ghigliotto y cuya labor es justo celebrar, pues es también justo y en
cierto modo incluso satisfactorio ver a Mellado compartiendo catálogo con César
Aira y Mario Bellatin, con quienes de alguna manera hace sistema, para decirlo
en clave eléctrica. Dado que esta es una reedición, es posible que muchos ya
conozcan la novela, y si no es el caso, tanto mejor y, como sea, no corresponde
estar haciendo resúmenes colegiales –lo que es siempre una tentación en estos
casos–, pero sí quisiera mencionar algunas escenas centrales que me parecen
brillantes, así como algunos recursos, mecanismos y maromas narrativas que,
pienso, hacen de Mellado la voz más creativa, radical y disruptiva de la
narrativa chilena contemporánea. Y la más inimitable,
además.
Una primera escena es el Carnaval Poético Municipal, esa murga lírica
que se deja ver como una versión situada y graciosa de un análisis tipológico
de la poesía nacional. El narrador del Carnaval Poético Municipal –episodio
descomedido que es la quintaesencia del melladismo– es como un reflejo, en la
trama, en los acontecimientos mismos, del autor: ambos son el “portador del
aparato retórico”.
Con la gran admiración que se le tiene, se puede decir que cuando
Bolaño hace en Los detectives salvajes esas clasificaciones de
poetas en categorías como poeta mariquita o poeta maricón o poeta marica, su
humor no es más efectivo ni más filudo que el de Mellado, que en este carnaval
que se desarrolla por las calles y esquinas de San Antonio –ciudad donde a todo
esto sucede todo esto– lleva a cabo la más brutal tipología burlesca del poeta chileno,
haciendo las delicias del lector al describir, someramente o con la máxima profundidad,
los matices diferenciadores de poetas picantes, poetas beodos, poetas
aplanacalles, poetas magisteriales o profesorales, poetas emprendedores, poetas
bolcheviques, poetas étnicos, poetas ambientalistas, poetas feministas, poetas
gay, poetas del Hogar de Cristo, poetas universitarios, poetas cuicos, poetas
conceptuales o densos, poetas etílicos, poetas en riesgo social, poetas lumpen,
etcétera, sobretodo etcétera, como dice el narrador. En alguna parte se llega a
escuchar en la novela que no queda más que echar a los poetas de la república,
infructuoso empeño de cuyo primer intento se tuvo noticia en Grecia hace ya
tantos siglos.
Pero Mellado no enfrenta tanto a los reales ejecutores del arte de la
poesía, a los que estoy seguro que lee y admira, cuanto a los impostores que se
valen de su presunta práctica para legitimarse, viajar o arreglarse los
bigotes. Conviene dejar esto aclarado.
CUATRO
La de Mellado es una obra que contiene su propia crítica, que se
sostiene sobre sí misma, que se va pensando sobre la marcha, superando con
creces en lucidez muchas veces los comentarios críticos que puedan aparecer a
posteriori por ahí. Por ejemplo, apenas arrancada La provincia dice
el narrador a propósito del hábito de los personajes de llamarle a los paseos
por la ciudad “walking around”, dice, digo, que este uso se trata “de una
parodia crítica que importa giros de lengua, como ejercicio lúdico, más
conocido en nuestro medio como hueveo…”. En la misma línea de pensarse a sí
misma reflejada en la acción, la novela poco más adelante tiene esta frase:
“Esto es una exageración, sí, porque todo lo es, más aún, de eso se trata, se
exagera como operación crítica que nos sirve para contextualizar la presencia
de los agentes del relato”. Es, en este sentido, el más lihneano de los
narradores chilenos vivos, autor de textos que siempre se miran y piensan, y se
ridiculizan también, a sí mismos, como “A Franci”, ese poema de Lihn que se va
replegando de la pura vergüenza que le dan sus versos amorosos: “Te quiero, qué
comienzo,/ peor es tragar saliva/ y peor aún este nudo en la garganta que torna
los contornos/ del mundo o la forma de un grano de ripio pegado a la planta de
los pies…”.
Mellado subvierte “el plano regulador del lenguaje”. No le gusta la
palabrería literaria, el suyo es un lenguaje, bajtinianamente habría que
repetir, de plaza pública, y por ello es que en su obra las pifias del habla
tienen todo el derecho a existir, lo que abre la puerta a anglicismos (no muy
sofisticados, como decirle Fernando Flowers al obeso ministro de Allende que
terminó en la derecha), salidas procaces, reiteraciones, infracciones
localísimas como decir “Te voy a pegarte”, equívocos de connotación genital,
todo en combinación carnavalesca con jergas chupeteadas al mundo de las
ciencias sociales, de la sociología, de los estudios y los imaginarios
culturales que Mellado, indirectamente, termina de alguna manera por
desacreditar. En todo caso, Mellado no rehúye el lirismo ni la elegancia cuando
la ocasión lo propicia. No todo es hueveo, tampoco. Al contrario, pero la
verdadera seriedad es cómica, escribió Parra.
También quiero relevar la apuesta narrativa de Mellado por explorar una
“sexualidad charcha” (según ha dicho), tan chilena por lo demás, la descripción
de un modelo no-penetrativo, que se mueve en el terreno de los favores
sexuales, las tocaciones, las intentonas que no llegan a puerto, la chapucería
precoital. Cuando le pregunté al autor sobre esto en una entrevista, me
contestó que buscaba alejarse del canon literario “del huevón que después de
hacer el amor enciende un cigarrillo. En ese sentido –me dijo– yo recuerdo un
poco las enseñanzas de Luis Buñuel, que trabaja la sexualidad como algo
ridículo”.
“Lo demás –remató Mellado– es cine o es revista Paula”.
CINCO
“Retórica y verdad” es el capítulo rabelesiano máximo de La
provincia. Lo rabelesiano, evidente en la presencia protagónica de la
fecalidad y de la coprolalia en la obra de Mellado, es realmente fuerte,
fuertísimo de hecho, a tal punto que su última novela se llama La
Hediondez. La escena en la casa del vecino autorreferente que sufre de
diarrea es, literalmente, lo más cerdo que hay. Después, al final, cuando éste
se sigue tirando peos en una citroneta y cagándose en la berma, la
cosa como es natural sólo empeora. Aquí, debo aclarar, Mellado no vuelve
entrañable al insufrible Eulogio Bolla. El encantamiento con todo aquello que
desprecia al que aludí al inicio es un efecto ocasional, no permanente.
Terminaré en reiteración, quiero insistir en una cuestión que es
central, el humor como eje articulante del melladismo. Es decir, y esto lo
enlazo con la cita inicial que aludía a Camiroaga, la preeminencia de la
voluntad de hueveo que hay en la obra de Mellado. Pero no se trata de chacota y
punto. Es absolutamente subversiva, libertaria tal voluntad. La obra de Mellado
es grande no porque de un tiempo a esta parte lo vengan reconociendo tales o
cuales eminencias chilenas o extranjeras, ni porque tenga más o menos difusión,
sino porque es una obra narrativa que, como pocas, no le deja al lector el
mundo –o el medio local– tal cual lo veía antes de la lectura.
Quisiera que esta presentación tuviera un solo objetivo cumplido:
funcionar como invitación a la lectura de Mellado en general, y de La
provincia muy en particular, por estar esta novela de cumpleaños, por
ser –fuera de una antología de cuentos que tuve el honor de preparar para
Metales Pesados el 2010 (Armas arrojadizas)– la primera obra reeditada de Mellado, y por ser
también un libro clave, el que afirma un estilo que pasados los años sigue
vigente en nuevos libros, en nuevos cuentos, en nuevas crónicas y, también, en
nuevos proyectos que, a la Bellatin, superan lo literario, como son los
Encuentros de Pueblos Abandonados, una cooperativa productora de mermeladas o
las Clases Libres que Mellado planea hacer, como una forma oblicua de sumarse
al malestar nacional con el modelo educativo.
7 septiembre 2011.
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