martes, 16 de diciembre de 2014

LÍNEAS CONTINENTALES
(Publicado en The Clinic en abril de 2013)

Cuando releo pedazos de la “Parte de los crímenes” de 2666 de Roberto Bolaño y recuerdo los espeluznantes detalles a los que puede dar forma el ensañamiento humano (mujeres violadas hasta por el ombligo, que ha sido previamente tajeado, por ejemplo); cuando a instancias de un amigo demente me pongo a mirar las fotos y los videos del mexicano y sanguinario blogdelnarco.com; cuando leo “Los muertos”, el poema de la mexicana María Rivera, pero sobre todo cuando en Youtube la oigo a ella misma leyéndolo en el DF, con su vozarrón fuerte y duro pero a la vez provisto de una inmensa dulzura, ante una multitud crecientemente atenta: “Allá vienen / los descabezados,/ los mancos, / los descuartizados, / a las que les partieron el coxis,/ a los que les aplastaron la cabeza, / los pequeñitos llorando / entre paredes oscuras / de minerales y arena”; cuando leyendo a algunos de los mejores narradores latinoamericanos en activo, como el hondureño Horacio Castellanos Moya, el colombiano Juan Gabriel Vásquez, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, los mexicanos Yuri Herrera o Julián Herbert o Antonio Ortuño o los brasileños Dalton Trevisan o Férrez (o Rubem Fonseca, para mayor rotundidad), cuando leyéndolos me entero de más y más minucias sobre las desatadas formas que puede tomar la violencia y el terror en el continente; cuando a propósito de los 40 años del 11 de septiembre de 1973 reviso algunos de los mejores libros testimoniales o documentales que sobre el periodo que siguió a ese día negro se han escrito (muchos de los cuales han sido reeditados últimamente, siendo clave Tejas Verdes de Hernán Valdés); cuando, en fin, recorro literal o literariamente este continente de lado a lado o de arriba abajo –y sobre todo en su centro–, capto mejor, más hondamente, el sentido de ese formidable y exagerado poema de Rubén Darío en el que se refiere a América como a “una histérica / de convulsivos nervios y frente pálida”. El poema es de 1892, se llama “A Colón”, está incluido en El canto errante y termina así: “Duelos, espantos, guerras, fiebre constante / en nuestra senda ha puesto la suerte triste: / ¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante, / ruega a Dios por el mundo que descubriste!”. El punto de distancia con el desaliento rubendariano, eso sí, lo obtengo justamente porque esa “histérica de convulsivos nervios” ha engendrado, también, a Rubén Darío, Roberto Bolaño, Rodrigo Rey Rosa, Julián Herbert, Yuri Herrera, Ferréz, Dalton Trevisan, Rubem Fonseca, Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Rey Rosa, María Rivera, etcétera.