sábado, 22 de febrero de 2014

María Moreno, 
DESPABILADORA
Hace un par de años, Ricardo Piglia dijo que María Moreno le parecía uno de los mejores narradores argentinos actuales, “tal vez el mejor”, y celebraba cómo sus crónicas “saben captar con oído absoluto las voces y los tonos extraviados de su época”.
Ese oído absoluto opera también en los ensayos literarios de Moreno, recién recogidos en Subrayados, volumen que elocuentemente se subtitula “Leer hasta que la muerte nos separe”. Se trata de una despabiladora lección de lectura. Una lección, involuntaria como son siempre las mejores enseñanzas, sobre cómo leer libre, crítica y creativamente. En todo caso, se trata de lecciones hechas con más preguntas que respuestas, como cuando pregunta a propósito de la amistad entre el escritor John Berger y un campesino de los Alpes: “¿es posible fundar una amistad sobre la base de una desigualdad fundamental?”.
Moreno, que sin pudor ni arrogancia se confiesa monolingüe y autoplagiaria (buena para citarse y reciclarse a sí misma), se enfrenta con libertad en estos ensayos –o crónicas, o artículos, da lo mismo– a asuntos y nombres de índole amplísima, pues nada le es indiferente. Y todo lo mira diferentemente. Desde la “senil” presunción sexual del Nobel J. M. Coetzee (“no cesa de salpicar con su solemne semen de humanista cada una de sus últimas novelas”) hasta episodios autobiográficos abordados con elegante brutalidad, por ejemplo el de la muerte de su padre mientras su madre lo ve agonizar y ella los mira a ambos sin ser advertida.
El libro se llama Subrayados porque así se llama uno de los 46 ensayos que lo integran. Subrayar como una manera de leer escrutando, cuestionando, cazando minucias, escarbando detalles, incluso tarjando pasajes desafortunados. El libro carga bien con su título y su subtítulo enfático porque su lectura con seguridad propiciará mucha subrayación. Son textos de liberalidad y humor, de inteligencia y sorpresa: “Si Hitler era deco, el Che es pop. De su diseño se han hecho cargo hasta sus enemigos”, se lee.
Y si en más de un pasaje Moreno puede resultar difusa, en algunas líneas desconcertante, incierta, eso en ningún caso puede pensarse como descuido o discapacidad, ya que es una línea de trabajo tendiente a ampliar la lengua y el entendimiento. Moreno definió su lenguaje como “un foulard empapado en purpurina barroca con un fleco de jerga psicoanalítica, otro de materialismo dialéctico pop y otro de feminismo fashion, más algunas motas de argot farandulero y tartamudeo histérico”. Lo cierto es que su prosa no sólo sacude, divierte e instruye sino que además deja siempre algo resonando en la cabeza: una imagen, una pronunciación, un gesto incluso, como el de agachar leve, respetuosamente la cabeza, como lo hizo ella de niña una vez en la sala de clases al percatarse de que una compañera nueva no sabía leer e intentaba disimularlo malamente. Si Subrayados es una lección de lectura, tal vez lo sea como un modo de reparar la humillación a la que el resto del curso sometió a esa compañera. Por eso –hable de Nabokov o de la cintura femenina, de comidas o de la soledad– María Moreno lee e invita a leer levantando la cabeza. Con delirio, con placer, con ingenio, pero sobre todo sin miedo. 


Subrayados
Leer hasta que la muerte nos separe
María Moreno
Mardulce Editora
2013, 291 páginas

martes, 11 de febrero de 2014

NERUDA SOÑADO  
(un textito del 2007)

Anteanoche, en que dormí apenas dos horas por apuros laborales, soñé, por primera vez, creo, con Neruda. Más precisamente, soñé un sueño en el que Neruda aparecía. Todo era perfectamente normal, salvo por una cosa: Neruda tenía una papada desorbitante. O sea casi el doble de la que en verdad tuvo. Que no era poca. Y en cada papa de su papada había un ojo, y así el poeta tenía seis ojos. Por eso, me dije en el sueño, escribe tanto. Porque escribe de lo que ve. Conversamos un buen rato. Muy simpático y agudo. Algo grandilocuente, pero a la vez muy garabatero. Muy generoso. Hablamos, en uno de esos típicos anacronismos que en los sueños están perfectos pero en la literatura son pura pelotudez, de Nirvana, de Rodrigo Lira y de la cazuela de vacuno versus la cazuela de ave. En la pared había una foto de una mujer en traje de baño que resultaba ser la hija modelo de Neruda. Nunca existió tal hija pero entonces me acordé de lo de su hija Malva Marina, y al minuto Neruda se me apareció por primera vez en la vida como un poeta gigante. Fue como si en ese momento, ajeno a todo, incluso a la coincidencia de que estuviera pensando en él, se me revelara en la conjunción de dos neuronas el calibre de su poesía: “La muerte va también por el mundo vestida de escoba”. Y haber sido un padre tan reculiado. Entonces Neruda me pide si le puedo ir a comprar una Fanta, que está antojado. Sin mirarlo le digo: “Neftalí, por qué no me chupái pico”. Neruda se ríe a carcajadas y de repente llega Hernán Lyola con delantal y pregunta al "señor" si “está todo bien”. 

martes, 4 de febrero de 2014

Campos de Brasil
En su Carta del descubrimiento de Brasil, en la que en el año 1500 informa al rey sobre algunos detalles del mundo con que se encuentra la expedición que él integraba, el escribano –hoy diríamos derechamente escritor, narrador o cronista– Pêro Vaz de Caminha anota que los nativos del territorio que más tarde sería llamado Brasil andan “desnudos sin ninguna cobertura ni estiman en nada cubrir sus vergüenzas, y tienen respecto a eso tanta inocencia como en mostrar el rostro”. Poco antes en su texto, el escribano ha contado cómo, cuando por primera vez interactúan un nativo y un portugués, éste le da a aquel un birrete y un sombrero negro a cambio de lo cual el nativo le pasa “un sombrero de largas plumas de ave con una copa pequeña de plumas rojas y pardas como de papagayo, y otro le dio un collar grande de menudas cuentas blancas que quieren parecer de adornos”.
Con esa idea sobre la doble conducta brasileña preconquista (despojamiento y  exceso) se podría iluminar la lectura de una buena parte de la literatura brasileña. Por un lado, el despojamiento, la ausencia de pudor a la hora de ostentar las vergüenzas, es decir los genitales, es decir lo más propio o privado; por otra, la vocación temprana que en esas tierras cundía por la exuberancia, el adorno y la dilapidación: el sombrero con plumas rojas y pardas como de papagayo, el collar de menudas cuentas.
Entre uno y otro de esos modos se desarrolla la mejor literatura brasileña: la narrativa distraída y desnuda de Joaquín María Machado de Assis, pero también la exuberantemente arropada de Joao Guimaraes Rosa o la muy afilada (como las lanzas que ostentaban los nativos) de Dalton Trevisan o de Rubem Fonseca, o la de Joao Gilberto Noll, que mezcla ambas derivas, transparencia y bruma; todas proyectan la fluctuación que hace ya cinco siglos describiera el escribano portugués.
De un lado entonces están las poéticas del despojo, el “arte pobre” de Machado de Assis por ejemplo, o la poesía de Ledo Ivo, y del otro, el arte rico de la niebla, la tiniebla verbal, la “oscuridad radiante”; donde quizá sea más clara esta última línea sea en la poesía brasileña, que ha nacido y crecido imbricada hasta las masas con las corrientes de renovación del barroco que, cada tanto, se dan en el continente, desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta Rubén Darío, desde Lezama Lima y Severo Sarduy hasta Gerardo Deniz y Osvaldo Lamborghini. En agosto del 2013 se cumplieron diez años de la muerte de Haroldo de Campos, fundador en Brasil, junto a su hermano Augusto y a Decio Pignatari, de la poesía concreta: traductor al portugués de obras claves de la literatura mundial (desde el Génesis, el Eclesiastés y Homero hasta Maiakovski y Mallarmé, Dante y Goethe incluidos); sesudo ensayista de especulación literaria. Sin embargo, es su poesía escrita –nada de convencional pero escrita en vez de garabateada o dibujadita– la que mayor alcance y perduración, pienso, tiene y tendrá. Dos de sus libros, que afortunadamente circulan hoy en castellano, dan buena cuenta del carácter innovador, exploratorio y reflexivo de ella. Uno es Galaxias (publicado en edición bilingüe el 2010 por la editorial uruguaya La Flauta Mágica, en traducción del poeta Reynaldo Jiménez) y el otro, Crisantiempo (publicado el 2006, en traducción de Andrés Sánchez Robayna, por la editorial española Acantilado). Entre esas dos obras absolutamente distintas entre sí pero hermanadas en la vocación exploratoria, media un desarrollo poético notable, centrado en la indagación permanente y forzuda (no forzosa aunque en sus declives algo forzada) de el o los límites del lenguaje escrito, aquellos lindes donde está a punto de precipitarse el significado y el sentido y sólo queda para el que lee lo sugerido, lo sonante, lo incierto.
Galaxias consta de 100 poemas –separados cada uno por una página en blanco– escritos en algo indistinguible que parece prosa y que parece verso y que es ambas cosas y a la vez ninguna. Parecidas en su desplante verbal al célebre monólogo final del Ulises de Joyce, o a la voz demencial del Gran Serton: Veredas, de Guimaraes Rosa, estas Galaxias contienen de todo, partiendo por una reflexión permanente acerca de sí mismas, la que aparece ya en el primer poema, en la primera línea: “Y comienzo aquí y peso aquí este comienzo y recomienzo”. Multilingües, extremadamente variadas desde el punto de vista temático (si es que hay temas en esta poesía, cuestión incierta y secundaria), desatadas y repetitivas a la vez, desnudamente metafísicas y hondamente genitales, vertiginosas, eyaculatorias, mortales, estas Galaxias tienen tantas entradas como Brasil, cinco siglos atrás, puntos de acceso para los exploradores y escribanos portugueses.