La mano de Rodrigo Rey Rosa
www.sinembargo.mx/26-11-2013/825852
“¿Es verdad que cortaron un brazo a una de las chicas para usarlo a modo de brocha y pintar con sangre una amenaza dirigida al dueño de la finca?”. Esta pregunta, deslizada al pasar por uno de los personajes a propósito de las noticias guatemaltecas, da buena cuenta del trasfondo en el que acontecen los sucesos de la narrativa de Rodrigo Rey Rosa, en cuya última novela, Los sordos (Alfaguara, 2013), la violencia sigue siendo representada, aunque más que como asunto central, como telón de fondo, y siempre –y he aquí una clave de su gran gracia– contrapuesta con un estilo no del todo lacónico pero sí ajeno a los alaridos, los énfasis innecesarios, las explicitudes o monsergas o, como mejor lo dijera Pere Gimferrer, mediante “una escritura despojada hasta el máximo, en la que ninguna palabra sobra, y sin embargo envolvente y sensual”.
“¿Es verdad que cortaron un brazo a una de las chicas para usarlo a modo de brocha y pintar con sangre una amenaza dirigida al dueño de la finca?”. Esta pregunta, deslizada al pasar por uno de los personajes a propósito de las noticias guatemaltecas, da buena cuenta del trasfondo en el que acontecen los sucesos de la narrativa de Rodrigo Rey Rosa, en cuya última novela, Los sordos (Alfaguara, 2013), la violencia sigue siendo representada, aunque más que como asunto central, como telón de fondo, y siempre –y he aquí una clave de su gran gracia– contrapuesta con un estilo no del todo lacónico pero sí ajeno a los alaridos, los énfasis innecesarios, las explicitudes o monsergas o, como mejor lo dijera Pere Gimferrer, mediante “una escritura despojada hasta el máximo, en la que ninguna palabra sobra, y sin embargo envolvente y sensual”.
Los
sordos funciona, ante todo, como un thriller (Rey Rosa maneja
el género como pocos en la lengua) armado con precisión y elegancia, las que
surten el efecto de un encantamiento, o de un arrobamiento, en la atención de
quien lee. Una desaparición, otra desaparición, y de ahí en adelante un hilo
que al desplegarse mantiene en permanente incertidumbre al lector respecto a
los hechos que se refieren, pues nada nunca es exactamente lo que parece ser, y
el mal y el bien son escurridizos conceptos que pueden disfrazarse el uno del
otro, pero que en ningún caso son lo mismo, y tras su elucidación ha de enfilar
el lector, que avanza cautivo por entre las líneas y las páginas en busca de un
sentido que no está del todo en ellas, ni en ninguna parte, siendo los diálogos
los que puntean el suspenso o provocan los giros inesperados, los desconciertos
y una que otra sonrisa.
Siempre se celebra en Rey
Rosa su arte elíptico, su comedimiento, su sutileza narrativa. En sus últimos
libros ensayó una veta de índole más exploratoria que en parte lo alejó de ese
perfil, trabajando ya sea con archivos y con su propia presencia como eje del
relato (El material humano) o bien
con historias sencillas como el “delirio amoroso” que está en la base de Severina. En Los sordos, en cambio, vuelve a la línea de libros como Piedras encantadas, El cojo bueno o La orilla africana, es decir, a su
mejor mano: aquella con la que, sin caer en convencionalismos, teje tramas en
que lo ancestral y lo moderno conviven con tanta tensión como el dinero y el
honor, el amor y la deslealtad o el derecho occidental y el maya.
Así, Los sordos, además de un thriller soberbio, es un par de cosas muy
relevantes desde el punto de vista de la literatura latinoamericana. Un muestrario
de prácticas y de personajes de un mundo, el centroamericano, del que conocemos
poco, algunos inolvidables, como los jueces mayas o el protagonista, Cayetano,
un guardaespaldas con honor en un mundo, el de la seguridad privada de los
magnates, donde el honor es un antivalor. También es una exploración, no en las
causas ni en las infinitas formas de la violencia sino más bien en sus
implicancias, en sus incontenibles efectos, uno de los cuales es, justamente,
el borroneo del umbral entre el bien y el mal. Y es por lo mismo, también, Los sordos un espacio de
indeterminación, es decir, un entramado literario –preciso en su
funcionamiento, elegante en sus pasillos y ventanas– en el que la exposición de
los hechos y de los caracteres de los personajes se vuelve más relevante que
cualquier visión que el autor sobre ellos pudiera ofrecer –y de hecho no ofrece
ni una–, y donde la naturaleza (un gato, una nube, un rayo de sol al atardecer
o una gota escurriendo por la hoja de una planta), un poco a la manera del
teatro shakesperiano, opera como anticipadora, como desencadenadora o como caja
de resonancia de lo humano y lo inhumano. La naturaleza, de hecho, en Rey Rosa
es siempre personaje, carácter, nunca mera ambientación.
Por todo ello, por la fineza
de esta mano narrativa que sabe cambiar de voz o de velocidades, poniendo
reversa y luego acelerando sin que nunca le suene la caja de cambios, y también
por su endiablada capacidad de entretener, es decir, de mantener la atención
intrigada, Los sordos es, sobre todo,
una excelente novela, la más extensa y con probabilidad una de las mejores que
han salido de la mano de Rodrigo Rey Rosa.
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