EL CLUB PICKWICK O LA VIDA ENTUSIÁSTICA
(Texto de 2009)
Asombra que esta genialidad, Los papeles póstumos del Club Pickwick, sea
la primera novela que un entonces veinteañero Charles Dickens publicó, y no
porque sea perfecta a la manera en que son perfectas, por ejemplo, las mejores novelas
de su compatriota Jane Austen. Al contrario, Los papeles... es una novela
desmedida, desprolija, pero en su exceso resulta fascinante e inolvidable. Es
una novela imperfecta porque hay cosas que parecen estar de más, como el
aparataje cervantino de presentar el relato como la investigación de unos
editores, procedimiento que el mismo Dickens va paulatinamente abandonando,
como si le diera a él mismo una tremenda lata continuarlo, para concentrarse en
narrar sin más las disparatadas aventuras de Samuel Pickwick, sus amigos y su
ayudante Sam Weller. También sobran, a veces, las novelas intercaladas, que no
son pocas, y uno que otro capítulo, como el antepenúltimo, que más bien
estorba, aunque tal vez sea más correcto decir que distrae, y la distracción es
la ley de Pickwick y sus amigos. Por eso, tal vez, es que hay también muchos
asuntos y personajes que son dejados en el camino, sin que ello importe mucho.
En efecto, la ley pickwiciana primera es la del movimiento perpetuo, el goce y
“la observación del género humano en toda su variedad”, es decir la
distracción, y si en narrar eso se producen olvidos o discontinuidades, dónde
está el problema: esta novela, como la vida, se parece más a un fascinante
terruño salvaje que a un rígido jardín municipal perfectamente estructurado
para confort del sujeto comedido.
Como queda dicho, narran en esta novela los
editores; en ellos, y en los personajes mismos, Dickens, a la manera de
Tolstoi, mete claramente sus reflexiones, máximas y pareceres sobre el bien, el hombre y
la vida, lo cual al relato le da espesor reflexivo y el carácter moral que
Dickens quiso siempre imprimirle a sus libros. No por nada habla el narrador
del “encanto inestimable de unir la diversión a la enseñanza”.
En este afán pedagógico, el libro
está lleno de personajes memorables, como Alfred Jingle, un caradura de habla
entrecortada y humor socarrón que, hacia el final, termina convertido en una
persona bondadosa, gracias a los efectos benéficos que acarrea el trato
sostenido con Samuel Pickwick, hombre cuyos rasgos esenciales son la bondad, la
sociabilidad, la torpeza corporal, la inteligencia, la magnanimidad, una
moderada cólera y la entereza, rasgo este último tan fuerte que Pickwick se
niega a pagar la indemnización que le exige una estafa montada por un grupo de
abogados, aun cuando la rebeldía le cuesta pasarse una temporada en la cárcel,
donde, dicho sea de paso, aprovecha de hacer nuevos amigos.
Tiene esta novela un final feliz,
y esto, ya se sabe, es un lujo que se pueden permitir, sin un estrepitoso
fracaso, sin caer en la condescendencia folletinesca, sólo los que se mueven en los lindes de la genialidad, tal
como lo hace, en otro ámbito, David Lynch en Corazón salvaje.
Aun inscribiéndose claramente en
la tradición inglesa de novelas cervantinas –Fielding, Sterne–, Los papeles
póstumos... es bastante adelantada en procedimientos narrativos que después
serían grito y plata entre los cultores de la novela. Por ejemplo, Dickens hace uso del estilo indirecto libre
–es decir, del cambio inadvertido de la voz del narrador a la del personaje–
años antes de que lo hiciera Flaubert. Incluso unas buenas dosis de surrealismo
tiene esta novela (como todo, en todo caso), como la del anciano encarnado en
una antigua silla de madera que habla y da consejos amorosos. También es adelantada
en sus cuestionamientos. Dickens esboza críticas que van al callo de lo que
tiempo después sería el capitalismo desatándose, y las descripciones de la
burocracia de las oficinas públicas y los abogados –cuestión que llevó al
extremo en la que tal vez sea su mayor novela, Casa desolada– adelantan como
se ha dicho a Kafka y explican por qué éste lo admiraba tanto. Pero no por ello
es ésta una novela oscura ni desencantada, sino al contrario: todo en ella es
“entusiástico”.
Quizás, la verdadera protagonista
de la novela sea la amistad, expresada sobre todo en la relación de Pickwick con
Sam Weller, una relación de mutuo cuidado y de sabidurías complementarias, un poco a la
manera del Quijote con Sancho, aunque sin los retos ni alucinaciones del uno ni
el interés creado del otro que mostraban los personajes de Cervantes. Nabokov, que no prodigaba
elogios a los clásicos sino más bien impugnaciones, dijo: “Sencillamente, hemos
de rendirnos ante la voz de Dickens. Eso es todo”.
Y eso es todo.
LOS PAPELES PÓSTUMOS DEL CLUB PICKWICK
Charles Dickens.
DeBolsillo, 2008, 1008 páginas.
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