Hermann Broch o las tribulaciones
del gigante generoso
(texto de 2006)
Tres textos componen la muy singular Autobiografía psíquica de Hermann Broch:
“Autobiografía psíquica”, “Apéndice a mi autobiografía psíquica” y “Autobiografía
como programa de trabajo”.
“Autobiografía psíquica” y “Apéndice...” consisten,
como bien señala el editor, más en un autoanálisis que en una autobiografía,
pues son pocos los aspectos que el autor de La
muerte de Virgilio revela de su vida externa, al tiempo que abunda, como
buen neurótico, en los mecanismos psíquicos que han orientado sus conductas (especialmente
en el campo erótico-amoroso) y determinado su atribulada conciencia. No
obstante, en un sentido no convencional, de todos modos el primer texto puede
ser considerado autobiográfico, pues allí Broch, al analizarse, acomete una
meticulosa revisión de los orígenes de su estructura psíquica a partir de dos
marcadoras experiencias íntimas que sólo los autobiógrafos más duros se atreven
a confesar: por un lado, el profundo desdén que le profesaron su padre y su hermano
y, por otro, la súbita revelación, a los nueve años, en un bosque, de su incurable
“soledad psíquica”, una suerte de huida hacia adentro: “Sólo mi yo pensante era
para mí una auténtica realidad”.
Broch se define como un “no-hombre
impotente”, celoso, perseguido, neurótico y atormentado por el sentido del
deber, un sentido del deber kantiano que obedece no a intereses personales sino
a imperativos de necesidad universal, “como si me moviera ante todo una red de
obligaciones que, sin duda, yo mismo tejo, pero de la que, sin embargo, no
puedo escapar”.
Son tantos los tormentos de Broch, que
incluso lo atormenta hablar de sus tormentos en “tiempos de oscuridad”, de un radical
relativismo moral que, paradójicamente, dio pie a totalitarismos políticos,
contra los que Broch luchó y por uno de los cuales –el nazismo– fue hostigado y
desterrado.
En todo caso, Broch no aparece nunca como un
desencantado, pues los rechazos que sufrió cuando niño lo transformaron, por curioso
que parezca a primera vista, en un hombre esperanzado. Y este libro es
testimonio de la esperanza (que no candidez) de alguien que, según confiesa, desde
la infancia vivió pateando un inminente suicidio; de alguien que llegó a decir
que “incluso en medio del Apocalipsis no se puede hacer callar por completo la
modesta aspiración personal del ser humano a la felicidad”.
Explícitamente consciente de la
imposibilidad de su empresa (“mi neurosis parece impedir todo análisis”), Broch
opta, de todos modos, por buscarle el lado a su propio yo, consiguiendo un
texto personal (en el sentido de que lo escribió sobre todo para sí mismo) y abrumador,
donde confiesa que no elige a las mujeres, sino que ellas lo eligen a él, lo
que determina un “erotismo hipertrofiado”, orientado, como todas sus actividades,
no al éxito sino a la abundancia de rendimiento: ya que no lo hago bien, lo
hago mucho, pareciera decir. Las mujeres, agrega, para él se dividen en dos
tipos: las idealizadas a imagen y semejanza de su madre (que no lo quería) y
las idealizadas atendiendo a las criadas e institutrices de su niñez. Todo esto
lo mueve, constantemente, a intentar el ascetismo, pero no le resulta, pues los
garrotes de la conciencia lo impelen a amar a quienes esperan algo de él –amor, ayuda, incluso orientación–, pues, dice, “no
debo destruir esperanzas, porque toda destrucción de una esperanza debe
identificarse sencillamente con un asesinato”. Y Broch, si a alguna conclusión
tajante llegó, fue al inobjetable derecho y deber a la vida de todos, siempre y
donde sea: por eso prefirió siempre la denuncia y la lucha a la renuncia y el
suicidio.
Así, dejando ex profeso de lado su biografía
carnal, sus enfermedades intestinales y dérmicas y su torpeza en el trato
humano, que sólo menciona, Broch se aboca a examinar, y lo hace repetitivamente,
los orígenes y rasgos de su personalidad, una personalidad gobernada por la
neurosis, la paranoia y el sentido del deber.
A continuación nos encontramos con “Autobiografía
como programa de trabajo”, un texto muy distinto, que entronca directamente con
los asuntos tratados por Broch, implícita
y explícitamente, en sus ensayos y novelas, sobre todo en la trilogía Los sonámbulos y en la novela póstuma El maleficio, que es, aparte de un
extraordinario relato, una quemante alegoría
sobre los totalitarismos, narrada por un médico al que le toca presenciar la
caída en el horror de un pueblo azotado por la “anarquía de los valores”, en
donde, tal como señala Hannah Arendt en su ensayo “Hermann Broch”[1],
“cada uno podía moverse como quisiera entre diferentes sistemas de valores
cerrados y coherentes en sí mismos”.
Lo que hace Broch en estas páginas es un
catastro del derrumbamiento de los valores en Occidente, de esa crisis moral
que lo ha “conducido al Apocalipsis”. El autor deja aquí un poco de lado la
jerga metafísica y psicoanalítica y ofrece, en cambio, un montaje –un montón–
de textos donde expone su particular teoría de los valores, planteando que el mal
es un fenómeno ante todo estético, lo que explica su aversión al arte por el
arte, al arte sin ética. Broch busca principios, como el de la vida, que sean
válidos en todo lugar y tiempo. También describe los procesos de su actividad
literaria: se refiere a ella como una “impaciencia del conocimiento”; habla de impaciencia
porque ante el sufrimiento y la muerte de tantos, la literatura le pareció la forma
más rápida para develar y revocar el mal, para “tener un efecto didáctico”, aunque,
finalmente decepcionado, renunció a ella y a regañadientes autorizó reimprimir sus
ficciones.
Por último, Broch presenta sus sensatas teorías
sobre la Sociedad
de la Naciones ,
la democracia, la economía política y la locura de las masas, teorías que aún
hoy reclaman atención: “El auténtico demócrata no lucha por determinado tipo de
economía, lucha sencillamente por los principios de humanidad de la democracia,
y combate con la mayor intensidad el peligro de esclavitud de la humanidad y el
terror, que se han hecho realidad por todas partes”.
Autobiografía
psíquica posee un extraño atributo: se disfruta más en los intervalos, al
momento de subrayar, de anotar algo o de pensarlo, y al final de la lectura,
pues empuja, sin duda, hacia la reflexión y activa inquietudes y peligros que todo
ser humano, con un mínimo de experiencia y criterio, advierte en ocasiones.
Esta edición la completan un epílogo, una
bibliografía, una cronología y un oportuno aparato de notas de Paul Michael
Lützeler, que ofrece algunas luces –y algunas sombras– sobre los textos y su
contexto.
AUTOBIOGRAFÍA
PSÍQUICA
Hermann Broch
Editorial Losada
Madrid, 2003, 221 páginas
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