David Markson, lo viejo reconsiderado
A
más de medio siglo de su publicación, la teoría de la “obra abierta” de Umberto
Eco sigue luciendo agudeza y sigue, sobre todo, siendo iluminadora a la hora de
pensar buena parte de los mejores trabajos musicales y literarios del último
tiempo. “Con la poética de la sugerencia –escribió Eco– la obra se plantea
intencionadamente abierta a la libre reacción del que va a gozar de ella”. Pero
no se trata de un mero caos ni de un montón de símbolos sueltos o piezas para
armar cualquier cosa con ellos, sino de una estructura, un modelo sólido pero
incompleto, “un trazo que tiene una dirección espacial y temporal” cuya
finalización o proyección queda en manos “del que va a gozar”, esto es, el
lector, auditor o espectador.
La
obra de los últimos años del norteamericano David Markson (1927-2010)
representa, pienso, a cabalidad todo eso. Sus últimos cuatro libros no tienen
hechos dramáticos, incidentes ni eventos. Tampoco personajes, como no sean los
difusos Escritor, Autor y Lector. Aparte de un lote de novelas policiales y
otras que él mismo llama “tradicionales”, Markson publicó cuatro libros u objetos
literarios hechos a base de datos, citas secretas, guiños, chismes y algunas apesadumbradas
o divertidas (según qué libro) especulaciones del narrador acerca de su propio plan
literario.
La
serie la comenzó en 1996 con La soledad
del lector, que el año pasado la editorial argentina La Bestia Equilátera
publicó en traducción de la poeta Laura Wittner, causando merecida sensación
entre críticos, libreros y lectores del continente. Metales Pesados fue más lejos
y trajo una edición del tercer libro de la serie, Punto de fuga, publicado por la pequeña editorial mexicana
Verdehalago. Y ahora acaba de llegar, nuevamente vía La Bestia Equilátera y
Wittner, el segundo de la serie, Esto no
es una novela. El que cierra el ciclo, La
última novela, hemos de suponer que vendrá al castellano pronto.
Si
en La soledad del lector uno de los
motivos recurrentes era el dato sobre escritores suicidas, en Esto no es una novela lo es el mero reporte
de cómo murieron figuras de la literatura, la música y el arte. Markson escribe
en frases breves, desprovistas en su mayoría de figuras retóricas (aunque a
veces de “críptica sintaxis interconectiva”), separadas entre sí por un espacio
en blanco y que en su mayoría no son sino meras especulaciones y constataciones
(por ejemplo a qué edad fueron compuestas ciertas grandes obras), sabrosas
claves biográficas, muchas citas, una o dos ucronías al paso (“Lo que el mundo
sabría del Holocausto si hubieran ganado los alemanes”), dos o tres tics y
exabruptos (“La prosa afectada, falsa, finalmente casi siempre chata de
Vladimir Nabokov”), unos cuantos aforismos y la constante y enigmática
interpelación a un “papá” del que ignoramos todo, pero cuya aparición (“Hey,
papá, me afilas esto por favor”) perturba como la del “papá” que aparece en Zurita, ese nuevo libro central que
crece y crece según pasan los meses. También, para tirar otra línea posible con
la poesía chilena, Markson tiene divertimentos filosóficos que recuerdan las
“Tareas de poesía” de Juan Luis Martínez, por ejemplo este:
“¿Qué existía antes del Big Bang?
¿Dónde?
Excluya a Dios de su respuesta”.
Y
no se trata nunca de un mero pegoteo: Markson trabaja con maestría secuencias y
resonancias internas, hilando fino para dar por resultado un tejido firme, un
cortaviento para el puelche informativo, un abrigo resistente a las discontinuidades
lectoras propias del mundo actual. Además, siempre estos libros tienen,
esparcidas, muy agudas reflexiones sobre aquello que el propio libro es o podría
ser. En el caso de Esto no es una novela,
tales intervenciones tienen un tono más bien irónico, a veces cómico: “Una
novela sin ningún tipo de indicio de argumento, le gustaría idear al Escritor”;
“Sin trama, sin personajes”; “Esto es incluso una especie de mural, si el
Escritor lo dice”; “O una alternativa en prosa a La tierra baldía, si el Escritor lo dice”.
Mención
aparte en Esto no es una novela –que
en todo caso no parece superior a La
soledad del lector, quizá por el efecto inaugural que ese primer libro
tiene–, merece la enérgica subida al columpio que Markson le hace a Harold
Bloom a raíz de una declaración de éste diciendo que leía a razón de 500
páginas por hora. A partir de ese dato inverosímil, Markson despacha cada tanto
pasajes como el siguiente, siempre en tono de promotor de circo, convirtiendo,
con injusto aunque apreciable énfasis, en payaso al gran crítico:
“¡Espectacular exhibición! ¡Pasen, damas y caballeros! Vean al profesor Bloom
leer la edición de Random House del Ulises
de Joyce, revisada y corregida en 1961, en una hora y treinta y tres minutos.
No escatima ni una página. ¡Inolvidable!”.
Amigo
y estudioso de Malcolm Lowry, de Dylan Thomas, de Kerouac, poeta él mismo, a
Markson podría endosársele, salvando las distancias y sólo a fin de ponderar
debida y claramente su valor y gracia, aquella sentencia con que Ingeborg
Bachmann a finales de los años 60 acusaba recibo de la incomparable obra de
Thomas Bernhard: “Durante años nos hemos preguntado qué aspecto tendría lo
Nuevo… Aquí está lo Nuevo”.
Lo
nuevo es aquí, muy modernamente, lo viejo reconsiderado. Es como si Markson, maestro
de la concisión y del montaje, humorista elegante y rufián melancólico a la vez,
tuviera a la vista casi toda la historia de la literatura y del arte occidentales,
tanto de las obras como de las vidas de los hombres y mujeres que las crearon,
y, a la manera de un enciclopedista amable, cuando no de un divulgador en
éxtasis, se dedicara a tomar nota de lo que ve, a dejar registro de lo que
escucha. Siendo el resultado, como queda dicho, una obra abierta, abiertísima, una
“obra en movimiento” (Eco), pues ante tal profusión de elementos y espacios la
centralidad la toma, no le queda otra, el lector, que es quien, con sus propios
conocimientos e ignorancias debe completar las rutas que pueden trazarse con
las migas que este Hansel hiperculto deja en la página, y que conducen, tarde o
temprano, de vuelta al origen, a la tradición, lo que explicaría quizá la
preponderancia que observaciones sobre obras griegas y latinas tienen en este
enorme museo interactivo, que comprime casi 3000 años de cultura, horror y
diversión, rindiendo para su visitante “una lectura no convencional, por lo
general melancólica, aunque a veces incluso juguetona”.
Qué
más decir. ¡Espectacular exhibición!
¡Pasen, damas y caballeros!
ESTO NO ES UNA NOVELA
David
Markson
La
Bestia Equilátera
2013,
214 páginas
LA SOLEDAD DEL LECTOR
David
Markson
La
Bestia Equilátera
2012,
254 páginas
PUNTO DE FUGA
David
Markson
Verdehalago
2011,
207 páginas
No hay comentarios:
Publicar un comentario