A la página 28 (cuerdas nerviosas)
Presentación al
Preludio a la siesta de un fauno
de Juan Pablo
Abalo
Universidad
Alberto Hurtado
Santiago,
octubre de 2013
Juan Pablo Abalo hace tiempo que trabaja concienzudamente
en la búsqueda y producción de objetos sonoros, de piezas o artefactos musicales
que se salgan de la línea de lo usual, de lo convencional, de lo seguro, y que
en cambio se sitúen en la cuerda floja donde la música se sale de sí, tirita, vacila
y así avanza a tientas, en equilibrio precario, hacia donde sea con tal de no
convertirse en una latosa perpetuación de lo mismo, de lo convencional, de lo
seguro.
Parcialmente aburrido de componer piezas de cámara
para festivales de música contemporánea, por otra parte se resiste a hacer solamente
canciones –las hace, y cada vez mejor, pero a condición de que se inscriban
dentro de un todo musical, o sea, las hace como contrapunto de sus trabajos de
índole, digamos, más exploratoria, como éste–.
Así, auspiciado por la precariedad, ha optado hoy por
hacer, como hace años una opereta, una lectura personal del breve poema
sinfónico de Claude Debussy Preludio a la
siesta de un fauno, de 1894, que ya en su momento, como sabrán ustedes
mejor que yo, vino a desordenar las formas clásicas de componer, inyectándole a
la música frescura y libertad, al punto que Pierre Boulez llegaría a decir nada
menos que lo siguiente: “Igual que la poesía moderna arranca en algunos poemas
de Baudelaire, hay motivos para decir que la música moderna nace con el Preludio a la siesta de un fauno”.
Abalo ha hecho su relectura de la obra de Debussy en
formato audiovisual, procurándole un nuevo espacio
a la música, la que se extiende, se sale de sí misma para entrar en contacto
creativo con otras artes: el cine, en este caso, y la actuación. En este punto,
me detengo para destacar el trabajo audiovisual de Martín Rivas, Carolina
Larraín, Martín Núñez y todo el equipo y, cómo no, para celebrar la actuación
del protagonista, Felipe Velasco. Sutil y sobre todo convincente en su
depravación, en su relación tan de piel, para ocupar esa muy mamona expresión de
moda, con el arte erótico; en vez de ostentar un perverso previsible, el actor Velasco
deja entrever indicios de un psicópata de marca mayor tras su atuendo de gris
normalidad, perfilándose –Velasco– como el Philip Seymour Hoffman de Santiago.
Y a propósito de Santiago, valoro también el hecho de que este mediometraje no
transcurra en la indefinición ni en cualquier parte sino que, al contrario,
esté situado en la ciudad de Santiago, la que, muy bien mirado el video, puede
reconocerse en uno o dos pasajes, lo que es destacable en la medida en que,
siempre, los hechos tienen que ver con los lugares donde ocurren, así sea
secretamente.
Puedo suponer que en parte por indagación creativa, en
parte por aburrimiento de lo usual y en parte por cuestionar la cuestión, Abalo
y su equipo quisieron hacerle una casa distinta a esta obra clásica de Debussy,
a la que no anecdótica sino centralmente se le hizo un “discreto, fino y
sencillo” trabajo de eso que hoy se llama recomposición, y que consiste no en
versionar ni en parodiar sino en intervenir y proyectar, en hacerle a la obra
una tocata y fuga (o quizá sea más ad hoc decir tocación y fuga), siendo la
tocata la parte en que la obra de Debussy es reproducida tal cual, y la fuga, o
las fugas, aquellas donde a partir de la obra original Juan Pablo compuso,
acoplándolas perfectamente, sus propias líneas musicales. Es el trabajo con una
obra abierta, como quería Umberto Eco o, más aun, es un trabajo de doble
apertura de una obra. Porque Abalo y Julio Retamal no intervienen en una
partitura, sino que, con frescura, y lo digo en todos los sentidos de la
palabra, intervienen una intervención, una interpretación: la que hizo sobre la
obra de Debussy el director Simon Rattle con la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Mientras en El
participante había texto, pintura, voces, locación, cine y música, en el Preludio hay menos elementos, por lo
cual esas composiciones para cuerdas nerviosas que Abalo adhiere a la obra de
Debussy, y que han sido trabajadas por Julio Retamal con maestría, brillan con
especial gracia en este contexto de precariedad, de despojamiento, en este
teatro pobre o ballet desfinanciado.
Por todo lo anterior –y al igual que la opereta El participante– el Preludio es en cierto sentido una crítica de música. Un homenaje,
una cita, una proyección, un comentario. También se deja ver algo de humor en esta música o mediometraje
musical. La equívoca escena, por ejemplo, en que, tras toquetear la genitalidad
femenina en el cuadro El origen del mundo,
el protagonista aparece meneándosela para luego revelarse que, en realidad,
sólo estaba lustrándose los zapatos me recordó una escena en que Chaplin, en no
sé qué película, tras ver partir a una novia aparece de espaldas a la cámara en
lo que uno supone un llanto compulsivo y desolado, pero al darse vuelta se
revela que estaba batiendo un cóctel, quizá justamente para celebrar la partida
de la mujer. Volviendo a lo nuestro, la masturbación es algo latente en Juan
Pablo, en su preludio, quiero decir, un tema subyacente, quizá una actualización
o reenfoque del motivo del poema de Mallarmé y Debussy, o quizá quiera decirse
algo acerca de la música contemporánea. Son todas posibilidades que deja
boteando este mediometraje audiovisual.
A propósito de la apertura hacia lo humorístico y lo
erótico, habría que recordar que Juan Pablo es muy admirador de Erik Satie, en cuyo
trabajo musical y de escritura siempre tuvo lo cómico y lo cabaretero un lugar
relevante. Humor y crítica, entonces, van de la pegajosa mano en este
mediometraje musical.
Su preludio Debussy
lo basó en el poema “La siesta de un fauno” de Mallarmé, que parte así: “Quiero
perpetuar esas ninfas”, dando altiro la clave erótica del asunto. Celebro que
Juan Pablo siga paseando por los distintos géneros, por las distintas artes, ese
viejo cuento sicalíptico después de vivir un siglo. O quizá su mediometraje sea
una forma de abordar ese desafío imposible, esa “Tarea de poesía” con que otro
poeta muy mallarmeano llamado Juan Luis Martínez interpeló al lector en la
página 28 de su enigmática Nueva novela.
Escribió Martínez: “Un fauno cree advertir después del almuerzo unas ninfas.
Quiere perpetuarlas. Ese fauno es usted. Dígalo en la primera persona del
singular”. Creo que este trabajo es la manera en que Abalo, que ignoro si
conoce ese poema aunque de hecho creo que no, dice en primera persona tal cosa:
“Quiero perpetuar a esas ninfas”, esas ninfas que cuelgan en posters de las
paredes del departamento de su fogoso protagonista.
Reitero para terminar algo que dije cuando, hace un
par de años, Juan Pablo amablemente me invitó a presentar El participante: la literatura, la poesía muy evidentemente, hace
rato que se hace cargo, con ironía o melancolía, según quién, de sus
limitaciones, de sus imposibilidades, de su obsolescencia; que con ironía y
melancolía a la vez lo haga una obra musical en Chile –y sin Fondart,
escenificando su precariedad, honrando a la tradición, pensando su forma y
realzando así el brillo de su música– merece, muy por lo bajo, un reconocimiento,
un salud y, sobre todo, dos orejas bien atentas y lo mismo un par de ojos.
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