miércoles, 9 de octubre de 2013

94 CHISMES VÍA EDGARDO COZARINSKY

Lo ha señalado la crítica argentina, pero cabe reiterarlo: es la juntura de dos contrarios –el estático Museo y el escurridizo Chisme– la que hace de este libro, Nuevo museo del chisme, uno atractivo ya desde el título. Y que sea “nuevo” refiere simplemente al hecho de ser esta una segunda edición, ampliada, del Museo del chisme publicado en 2005 por el argentino Edgardo Cozarinsky, ensayista cuya agudeza y libertad ya conocíamos por libros como El pase del testigo. Ya antes el escritor y brillante traductor también argentino José Bianco supo incorporar al título de un trabajo literario, cuando cupo, la marca de su manifestación libresca específica, al ponerle “Otra” vuelta de tuerca a su célebre traducción de la novela de Henry James hasta entonces traducida literalmente como Una vuelta de tuerca. Bianco, a propósito, es uno de los escritores que más aparece citado como fuente en los chismes que Cozarinsky expone.
Eso que Cozarinsky hace ya en el título (enfrentar o, mejor dicho, amigar dos contrarios), lo hace a escala mayor en el libro mismo. “El relato indefendible”, que abre el libro, es un texto de veinte páginas de inclinación erudita, aunque su semblante es ensayístico, en el que Cozarinsky hace un repaso histórico, etimológico y hasta filosófico (barthesiano, en suma) del chisme, que es, “ante todo, relato trasmitido. Se cuenta algo de alguien, y ese relato se transmite porque es excepcional el alguien o el algo”. También hace una lectura en torno al arte de la novela, centrándose en su relación con el chisme, sus mutaciones y cambios de estatus artístico a través del tiempo, todo con especial atención a las obras de Henry James y de Marcel Proust (que aparece en la portada de este libro guitarreando con una raqueta de tenis en una magnífica foto que resume –rezuma– muy bien el espíritu de este libro). El ensayo está hecho con “cierto aborde académico”. Por ello, “para mitigar ese atisbo de pedantería”, lo dice el mismo Cozarinsky, “añadí al ensayo una sección que, con la excusa de ilustrarlo mediante una ambigua selección de anécdotas, se aplica a cuestionar la noción, voluble si las hay, de chisme”. El resultado es este libro de tipo infrecuente, distinto, una narrativa refrescante hecha no con pirotecnias sino, al contrario, a partir de la exploración de lo más primario del género: el rumor, el chisme, el dicen que.
Dicha sección consta de 69 chismes –cuyas fuentes aunque vagas siempre se indican– que, al tiempo que cuestionan o refrendan las nociones desplegadas en el ensayo previo, cumplen con otro propósito, propio del chisme: entretener, difamar e, incluso, ilustrar. En todos, Cozarinsky, valiéndose de ínfimas partículas de la historia universal, da cuenta de un apreciable talento para la concisión, la insinuación y la suministración de minucias reveladoras de algo que trasciende, sin duda, el episodio mismo que se narra para dar cuenta de cuestiones intemporales, como la traición, la pequeñez, la ambición o la vanidad ilimitadas de que es capaz la especie humana. 
Esta edición la publica el sello argentino La Bestia Equilátera, que también publicó un libro del norteamericano David Markson: La soledad del lector: un montaje, trepidantemente bien dispuesto, de citas literarias y datos o, bien, chismes –históricos, literarios, personales– en combinación con las pocas y apesadumbradas especulaciones de un protagonista y un narrador con un difuso plan de novela. Ese alucinante libro de Markson puede recordarse leyendo el de Cozarinsky pues en ambos lo que hay son relatos como átomos narrativos que dibujan, sintetizan o esbozan una historia infinita y dan cuenta de la repetición de caracteres a través del tiempo. De ahí que uno de los rasgos compartidos por ambos libros sea el de procurar una curiosa sensación de simultaneidad temporal, de que en la historia, como dicen Los Miserables, cambian los payasos –y sus trajes– pero el circo sigue: “En su modificación, el chisme reproduce el movimiento general de la historia y el conocimiento humano”, escribe Cozarinsky.
No todo es discontinuo: como Markson, Cozarinsky trabaja secuencias y resonancias internas, pero en su caso prima la sensación de acumulación aleatoria de chismes, varios muy sabrosos, algunos salpicados de ingenio, otros de ruindad, los que en conjunto se proyectan en alcances y relaciones perdurables en la mente del lector. ¿Y qué chismes deja caer Cozarinsky? Son 94. Yo no olvidaría tres: el que muestra a Roger Caillois simulando que cumplía en casa de Victoria Ocampo con el requisito de bañarse mientras en realidad leía sentado en el baño haciendo sonar con la mano el agua de la tina; el que deja ver a Bioy Casares, de colegial, recibiendo un “pijotazo en la nuca” de parte de un compañero “generosamente dotado por la naturaleza”; y por último, aunque principalmente, el que muestra, a principios del siglo XX, a una señora de la alta sociedad argentina que, tras expresarle su admiración literaria, le pregunta a un escritor si de verdad, como se dice, es judío, a lo que él responde, siempre cortés: “señora, puedo poner las pruebas en su mano”.
Mención aparte hago del chisme 43, que cuenta de “uno de los más temidos peligros de la vida social” de mediados del siglo XIX: Chvostov, senador y conde de Cerdeña que componía versos por montón y recorría las ciudades recitándoselos ampulosamente al distraído que pillara. “Las víctimas podían ser amigos, conocidos, aun lejanos conocidos de conocidos”. Cuenta Cozarinsky que se cuenta que “un grabador de San Petersburgo hizo fortuna con una estampitas que representaban al diablo huyendo de un anciano con la cara de Chvostov y los brazos desplegados en plena declamación”. Me recordó a un hombre que en Santiago suele interceptar, librillo en mano, a transeúntes para preguntarles: “¿Le gusta la poesía?”.


Nuevo museo del chisme
Edgardo Cozarinsky
La Bestia Equilátera
Argentina, 2013, 155 páginas

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