UNA NOVELA ESCRITA POR SUS PROPIOS PROTAGONISTAS
“Nuevo Buda de la prosa norteamericana” llamó Allen Ginsberg, en
la dedicatoria de Aullido, a Jack Kerouac. Viniendo de un escritor
budista, la declaración ha de tomarse como una expresión de enorme admiración
literaria, sin duda, pero también de honda amistad. Y esa amistad y esa
admiración no hacen otra cosa que desplegarse en las recién publicadas Cartas (Anagrama
2012, 589 páginas): desplegarse, sí, lo que incluye
replegarse –porque en ocasiones se pelean o burlan–,
profundizarse –porque se van conociendo, leyendo y queriendo a medida que pasan
los días, los meses y los años– y expandirse –porque
aparecen, ya como destinatarios anexos, ya como temas de conversación, otros
amigos, como William Burroughs, William Carlos Williams, Neal Cassady, Gregory
Corso, Peter Orlovsky y Gary Snyder–.
Casi veinte años (de 1944 a 1963) de correspondencia recoge este
libro cuyo efecto de lectura fue definido pertinentemente por un crítico
norteamericano como el de una novela dostoievskiana. Se asiste en estas casi
seiscientas páginas al nacimiento y desarrollo de una verdadera amistad.
Relatos de viajes, de introspecciones, de apuestas, intermediaciones y fracasos
editoriales, discusiones en torno a lecturas, datos de drogas, intercambios de
borradores, referencias a amigos y a enemigos, descubrimiento del budismo,
palos de ida y palos de vuelta, favores concedidos y también favores negados,
descripción de cuadros homosexuales, de tomateras, de delirios de escritura, de
estrecheces pecuniarias, pelambres y recados íntimos. La vida misma, y su
escritura, es la materia de este libro.
Making off de la médula de la literatura beat, Cartas puede
leerse como un todo (como una novela dostoievskiana) o bien, naturalmente, por
partes, a saltos, entrando y saliendo sin tapujos como Kerouac y Ginsberg
pasaban sin tapujos de la vida a la literatura o, lo que para el caso es lo
mismo, de la literatura a la vida. Veinte años de correspondencia no exigen, si
bien lo resisten perfectamente, ser leídos de un tirón. Como sea, el libro deja
para el lector una serie de ideas, anécdotas, experimentos con el lenguaje,
risotadas y declaraciones de enorme interés, como aquella que en una carta de
noviembre de 1952 Kerouac le lanza a Ginsberg tras haberle éste dicho que en su
novela En el camino “podría haber
demasiada verbosidad intrascendente”, una frase que hace pensar en las
búsquedas que en los últimos veinte años ha emprendido Nicanor Parra en sus Discursos
de sobremesa: “La literatura –le responde Kerouac a Ginsberg–, tal como tú
la entiendes cuando empleas términos como ‘verbal’, ‘imágenes’, etc., y cosas
parecidas, en fin, todo el ‘aparato’ de la crítica, etc., ya no tiene nada que
ver conmigo, porque lo que me hace decir ‘asqueroso pendoncete entre los
juncos’ es preliterario, yo ya pensaba así antes de aprender las palabras que
utilizan los hombres de letras para describir lo que hacen”.
Cartas se
suma a otros libros publicados en los últimos años, como Las cartas de la
ayahuasca (entre Ginsberg y Burroughs), En la carretera. El rollo
mecanografiado original (la versión felizmente no editada de En el
camino), Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques (divertida
novela coescrita por Burroughs y Kerouac); esta sumatoria de libros recientes
puede ser leída como una gran novela sobre la vida y los libros beat escrita
por sus propios protagonistas.
junio 2012
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