LOS REPORTES DE RADIO CISNEROS
Desde
que lo leí por primera vez, hace 7 u 8 años, siempre he pensado en
Antonio Cisneros ante
todo como un inmenso cronista. Es un poeta fuera de serie, sin duda,
un poeta encantador, de los pocos a los que el escepticismo y las
usanzas y combinatorias posmodernas se le dieron de manera tan
duraderamente afortunada. Espiritual y mordaz, parabólico y
realista, cerebral y cebolla, a ratos eminentemente
musical y a ratos, más que prosaico, tabernero, es además un poeta
eficaz: desde el punto de vista del montaje, de la cita y la parodia,
de la caja de cambios y de la puesta en escena, Cisneros es un
maestro de la eficacia; un poeta, en fin, entrañable, quién lo
duda, cómico y conmovedor cuando quiere, pero para mí ha sido
siempre ante todo un cronista. Y no tanto por su trabajo
periodístico, muy apreciable por cierto, ni porque cuente mucha
historia en sus poemas, sino porque trabaja con el tiempo (cronos) o
más específicamente desde el tiempo, y no tanto, como otros poetas,
contra el tiempo: los poemas de Cisneros (“ronco para el canto”)
se pueden leer como noticias viejas que por arte de birlibirloque,
como quería Pound, no han perdido novedad. Ricardo Piglia me dijo
una vez en una entrevista que “César Vallejo escribe en una lengua
privada, una especie de castellano futuro (que en el futuro ya no se
llamará así) en el que se podrá por fin decir lo que todos hemos
tratado inútilmente de decir”. En esa línea, puede decirse que
desde una frecuencia del dial muy cercana a ese Vallejo son
transmitidos los reportes de Cisneros. Vale la pena escuchar su
radio: noticias del futuro en lenguaje del pasado y noticias del
pasado en lenguaje del futuro y noticias del presente en los
múltiples lenguajes del presente. Es cronista porque da noticias sin
renunciar a ser parte él mismo del reporte y es poeta porque se
resiste a acatar “el plano regulador del lenguaje” (la expresión
es de Marcelo Mellado) y permanentemente lo ensancha o lo repavimenta
o abre bifurcaciones insospechadas. En su país, transitó libre y
llegó por senderos propios a la gran ruta de Martín Adán y de
César Vallejo, de Adolfo Emilio Westphalen, de Jorge Eduardo Eielson, de José Watanabe, pero de todos modos lo pienso –lo veo, y clarito–
definitivamente más cerca del Inca Garcilaso de la Vega, de cuyos
Comentarios
reales
no sólo tomó el título de su segundo libro, sino también ese
espíritu del que W. R. Prescott predicó esto que en toda ley puede
endosársele a Cisneros: “Escribe de todo corazón e ilumina
cualquier punto que trata con tal variedad y riqueza de ilustración
que deja poco que desear a la curiosidad más importuna”. Cisneros
hace relaciones y cuenta historias, propias y del Perú, pero también
de afuera, y de otros tiempos, propiciando incluso en ocasiones la
curiosa sensación de un presente bíblico; en algunos libros echa a
correr la tiza, llamando al pizarrón, en versos cadenciosos o lo
mismo en una prosa tijereteada hasta ser verso o en un verso estocado
hasta ser prosa, a la casta Susana o a su propia abuela, a la
meteorología o a un señor arrepentido.
Cisneros
es un poeta de gracia mayor, especialmente agraciado en la
visualidad. Si en la obra de Enrique Lihn, con quien su trabajo está
tan emparentado (partiendo por la versatilidad), siempre he pensado
que podría inventariarse y reflexionarse en torno a la elocuente
recurrencia de gallos y gallinas, en la poesía de Cisneros podría
hacerse semejante cosa con las ratas. No recuerdo otra poesía con
tanta rata. Ratas mojadas cuyo pelaje evoca no sé qué desolaciones,
ceniceros llenos de colillas y cenizas dando la impresión de “una
rata muerta”, un escritor preocupado de “cómo decirle pelo al
pelo / diente al diente / rabo al rabo / y no nombrar la rata”. Hay
muchas ratas y muchos dioses y entre medio muchos hombres y mujeres
en esta poesía. También abunda en lluvias y en Nescafé y en
Antonio Cisneros mismo y su familia. Escribió siempre como quiso.
Cronista de sí mismo y del Perú y del pasado y del futuro de sí
mismo y del Perú, fue escéptico cuando casi todos creían y se fue
haciendo creyente, sin perder ironía, cuando casi todos se iban
volviendo escépticos. Pasó sus últimos años reporteando “las
inmensas preguntas celestes”. Murió el 6 de octubre a los 69 años.
“Qué de perros, Señor, qué oscuridad”.
octubre 2012
octubre 2012
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