LA LITERATURA EXPANDIDA DE ALAN PAULS
En “El arte de vivir en arte” –probablemente
el ensayo más perspicaz y disruptivo de Temas lentos– Alan Pauls toma el trabajo de Mario Bellatin, César Aira y Héctor
Libertella para ejemplificar (en el sentido de ilustrar) y ejemplarizar (en el
sentido de indicar como modelo) lo que entiende por “literatura expandida”,
aquella que rehúye, echando mano al cruce o la confusión con la vida y con
otras artes, a toda costa la suficiencia o el ensimismamiento literario. Es,
pues, una literatura que no solo no refrenda sino que abiertamente se opone,
obstaculiza, se hace corrosivo impedimento para toda tesis posible acerca de la
especificidad de la literatura.
Pauls vuelve con Temas lentos al territorio de la no ficción que
ya había pisado en libros como El factor Borges o La vida descalzo,
pero esto importa poco. Lo que importa no es el género, sino el fraseo, similar
en sus novelas y en sus crónicas, en sus ensayos y en sus exploraciones
egotistas: no dónde sino cómo se mueve es lo relevante. Pauls es uno de los
escritores latinoamericanos actuales que más lejos va explorando el fraseo
largo, repetitivo, intrincado, bernhardiano en sus picos y que incluso a veces
ve –ese fraseo– extraviada la hebra, como es el caso, me parece, del texto sobre Bolaño
en uno o dos momentos. Pero eso da lo mismo. Lo que importa, más allá de lo
logrado (que es mucho), es lo posibilitado. Y la prosa de Pauls eso hace:
expandir con la escritura el espacio posible para la escritura, la suya y la de
otros. En el texto que escribe tras la muerte de Fogwill, Pauls se detiene en
su figura como la de aquel que heredó, para la literatura, una nueva
consideración, y nuevos usos posibles, para los dos puntos, para el entrecomillado
y para los signos de exclamación. En esa línea, Pauls podría indicarse como
aquel que legará una nueva consideración, y nuevos usos posibles, para la
intercalación, para el uso de frases subordinadas al punto del efecto
especular. La ambiciosa prosa de Pauls podrá marear, agotar, enojar –cuando no, por cierto, fascinar–, pero en ningún
caso, pienso, desinteresar, en el sentido de dejar en la indiferencia. Leyéndola,
a veces uno se pierde, lo que desafía y propicia un cierto placer (el placer de
leer levantando la cabeza que defendía Barthes) y ningún problema: se retrocede
y retoma o bien se continúa y apuesta por agarrar el hilo en otra vuelta o no.
Como sea, se llega a lo mismo: a la convicción de que Pauls es un prosista que
piensa para escribir (y no escribe, como otros, para pensar) y que está
dispuesto a impugnar un par de ideas corrientes y oponer, o proponer, otro par
de nuevas ideas, poniendo en la prosa pensamiento y en el pensamiento prosa,
cumpliendo así, a su manera, con el dictum de Louis de Bonald que Barthes pone
de epígrafe en el primer ensayo de El susurro del lenguaje: “El hombre
no puede decir su pensamiento sin pensar su decir”. Por lo demás, los alcances
críticos de los textos de Temas lentos no vienen dados solo por el significado
y las alusiones, que son muchas y siempre pertinentes, sino también por lo
apenas sugerido, por lo suscitado, por lo susurrado. Lo que queda dando vueltas
importa tanto, para la construcción de cualquier sentido, como lo que queda
dicho y establecido con toda claridad.
De arte, de literatura, de viajes y residencias, de cine, de muy misceláneas
cuestiones como la angustia dominical o las canas, de vida propia y del yo –de esto y en este orden tratan los Temas lentos de Pauls–. Pero en realidad el tiempo es el Gran Asunto, la Preocupación Central
de Pauls, en este y todos sus libros: el paso del tiempo, los repliegues del
tiempo, los efectos terapéuticos del tiempo, los efectos destructivos del
tiempo; el goce del tiempo, el despilfarro del tiempo, la pérdida del tiempo,
el dolor del tiempo, la recuperación del tiempo; en fin, “la burla del tiempo”
(que es como traduce Nicanor Parra un verso del monólogo central de Hamlet).
Temas lentos puede producir un
efecto singular comparado con otros libros similares: gustando muchísimo,
siendo entrañable por varios motivos, no genera tanto ganas de conocer a su
autor como, en cambio, de conocer, o revisitar, según sea el caso, todo o casi
todo aquello de lo que trata, como la narrativa de Puig o de Beckett, el cine
de Nanni Moretti o de Haneke, los taximotos peruanos, el potencial erótico de
la axila, la peculiar onda de un albergue transitorio (que es el eufemismo con
que la dictadura militar de Videla renombró a los moteles argentinos) o el
trabajo actoral del propio Pauls, sobre el cual discurre extensamente al final
del libro, dejando con ello abierta la posibilidad de inscribirlo a él mismo
como un sigiloso practicante de ese oxigenador programa estético que es la
literatura expandida.
julio 2012
julio 2012
TEMAS LENTOS. Alan Pauls. Selección y edición de Leila Guerriero. Ediciones UDP, 2012, 350 páginas
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