miércoles, 24 de octubre de 2012


EL TEMERARIO DE LA VOLUPTUOSIDAD

Su obra es breve en proporción inversa al número de libros y estudios que sobre ella se han publicado. Es un poeta maestro, de esos pocos que, nacidos en el siglo XIX, supieron ser –fueron– pioneros del XX.
Konstantino Kavafis nació en Alejandría, Egipto, en 1863, y murió ahí mismo en 1933; sin embargo, es considerado un poeta griego, pues en griego escribió, y no sólo eso: es señalado, y con justa razón, como el griego que con su obra logró revivir el nervio, el espesor y la gracia de los clásicos de la Grecia antigua. Sin momificaciones ni museología.
De niño, tras la muerte de su padre, un comerciante acaudalado, Kavafis hubo de partir a Inglaterra con su madre y sus hermanos. Después, adolescente ya, volvió a Alejandría pero la revuelta política que vivió la ciudad en 1885 lo hizo partir a Estambul, donde hay quien dice que tuvo sus primeras experiencias homosexuales. Al cabo de un tiempo, volvió para siempre a Alejandría, donde trabajó durante 30 años como funcionario ministerial. En el día trabajaba; en la noche escribía o se sometía al dictado de los instintos.
Nunca publicó un libro, como no fueran impresos de circulación restringida o poemas sueltos en revistas. En total, escribió 292 poemas, los cuales, después de años de estudio en sus archivos, aun se presentan ordenados de diversas formas. Una de ellas, la usada por Miguel Castillo Didier (ver recuadro), es esta: 154 poemas canónicos, 75 inéditos a su muerte, 23 repudiados por el poeta, 34 inconclusos, 3 en prosa y 3 escritos en inglés.
De ellos, casi la mitad corresponde a poemas donde la historia, la literatura y la mitología de los tiempos clásicos (Grecia y Roma) es protagonista. Aunque conveniente, no es imprescindible conocer los personajes o hechos aludidos, pues Kavafis tiene la gracia de trasuntar en ellos cuestiones humanas que son de siempre. Así, por ejemplo, al hablar de Teócrito y Eumenes, Kavafis lo que muestra es la conversación que en cualquier tiempo y lugar podría tener un sereno poeta viejo con un aprendiz ansioso.
En el libro Prólogos y epílogos de Auden, kavafiano confeso, se recoge uno de los textos más contundentes escritos sobre Kavafis. Advierte ahí Auden que Kavafis tiene dos periodos históricos predilectos: “la época de los reinos griegos satélites de Roma, después del desmantelamiento del imperio de Alejandro, y el período de Constantino y sus sucesores, cuando el cristianismo acababa de triunfar sobre el paganismo, para ser la religión oficial”. Al recrear el período de Constantino, Kavafis no toma partido ni por el paganismo ni por el cristianismo: se dedica a mostrar, en su esplendor y decadencia, ambos mundos. Es más, según Joseph Brodsky, otro de sus más sesudos admiradores, la poesía de Kavafis es el canto de un péndulo que oscila entre paganismo y cristianismo, sin abanderarse nunca por ninguno.
Si casi la mitad de los poemas de Kavafis son históricos, otro tanto está constituido por los poemas sensuales. “Kavafis era homosexual, y en sus poemas eróticos no hace el menor esfuerzo por disimular esa realidad”, dice Auden. La de Kavafis es la claridad de quien no tiene nada que esconder (“por debajo de la ropa/ desnudos los miembros amados vuelvo a ver”). Kavafis es de una simpleza y una veracidad apabullante. Mala cara pondrán los profesores serios al ver usada la palabra veracidad, por no decir honestidad, para referirse a una obra poética, pero lo cierto es que Kavafis no usa personajes para enmascararse sino para hablar del Hombre con mayúscula; cuando quiere, en cambio, hablar de sí mismo, deja de lado los personajes y no se esmera en difuminar lo autobiográfico ni en matizar la subyugación suya al placer: “Me desaté. Me abandoné del todo y fui./ Hacia los placeres, que medio reales,/ medio imaginados en mi cerebro estaban,/ fui en la noche iluminada./ Y bebí licores fuertes, como/ los que beben los temerarios de la voluptuosidad”.
La adulación o la descarada evocación sexual de encuentros con jóvenes bellos es antigua en la poesía griega, y puede rastrearse en el libro XII de la Antología Palatina, publicado en español por Hiperión bajo el título Antología de la poesía pederástica. Kavafis es más desenfrenado en su actuar, si se quiere, pero a la vez menos alocado a la hora de escribir; los pederastas griegos no guardaban compostura alguna, como muestran estos versos de Estratón de Sardes: “¡Y vosotros, maestros de escuela, además cobráis! ¡Qué ingratos!/ ¡Que me envíe uno, el que tenga muchachos! Y que el chico me bese, y recibirá de mí el pago que quiera”.
Kavafis es otra cosa; en comparación con los de la Antigüedad, los hombres de su época fueron notoriamente más cínicos o, al menos, los paradgimas de conducta cambiaron lo mucho; lo cierto es que “gracias” a eso, Kavafis, a diferencia de los poetas de la Antología Palatina, supo del arrepentimiento de lo no hecho por “necia prudencia”. Así lo dice en el poema “El anciano”, donde especula sobre el discurrir de un viejo al que ve sentado en la mesa de un café: “Piensa cuán poco gozó los años/ en que poseía fuerza, y palabra, y apostura./ …/ Recuerda los ímpetus que contenía/ y cuánta/ alegría sacrificada. Cada ocasión perdida/ se burla ahora de su necia prudencia”.
Lo que sacude, obnubila y maravilla en Kavafis es el lenguaje. Sus temas, sus intrincadas relaciones textuales, su desfachatez confesional (sus intrincadas relaciones sexuales), sus magníficas referencias históricas, su honda reflexión… todo esto se aprecia, pero lo que sobresale es su lenguaje. En el siglo XX se produjo el exacerbamiento de una bifurcación antigua en el lenguaje literario; o los poetas se extremaron en la complejidad, en la penumbra del decir (Joyce, Beckett, Vallejo, Montale), o bien radicalizaron el vínculo de la escritura con el habla (Kafka, Pavese, Parra), dejando que la oscuridad corriera por cuenta de la temática humana. Kavafis prefiguró a este último y heterogéneo grupo. Tal vez, Kavafis es el más transparente en el decir; su sencillez, su coloquialidad y su frontalidad antiadjetiva dejan tras de sí un reguero espeso, como si la humanidad del poeta hubiese quedado viva entre esos versos tan llanos y asombrosos como únicos y naturales.
“No cabe hablar de la imaginería de Kavafis, ya que el símil y la metáfora son recursos que jamás emplea: tanto si habla de una escena como si plasma un acontecimiento o una emoción, cada uno de sus versos son sencilllas descripciones que se atienen a la verdad, sin ornamentación de ninguna clase”, escribió Auden, y nuevamente la razón lo acompañaba. Kavafis tiene la sabiduría y el amor a la vida terrenal de los hombres sencillos: “Desea que el camino sea largo”, dice el verso suyo más famoso.

PD: KAVAFIS EN CHILE
Kavafis íntegro. Miguel Castillo Didier. Tajamar Editores, 2008, 689 páginas.
En 1991, al alero del Centro de Estudios Griegos, Bizantinos y Neohelénicos de la U. de Chile, el profesor Miguel Castillo Didier publicó este libro; en 2003, lo hizo en una versión corregida, bajo el sello de Quid Ediciones. Y en 2007 Tajamar Editores presentó una tercera edición de Kavafis íntegro, libro de cuyas páginas nada menos que la mitad corresponde a un estudio introductorio, donde Castillo Didier revisa escrupulosamente -aunque retóricamente declare que se trata sólo de planteamientos generales- la vida de Kavafis, el mundo en el que le tocó vivir, sus influencias, la presencia de lo femenino y de la naturaleza en sus poemas, su lenguaje, lo que han dicho los críticos, las ediciones que se han hecho; en fin, lo repasa todo para luego ofrecer una brillante traducción anotada de la totalidad de los poemas de Kavafis.

2007

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