Harto se distingue la reciente publicación del rollo mecanografiado original de On the Road -bajo el título de En la carretera- de las ediciones que hasta ahora -bajo el título de En el camino- se conocían de la novela que Kerouac publicó a mediados de la década del 50. Sin cortes, sin velos de deferencia, sin falsos nombres, sin separaciones por capítulos: sin facilidades. Así es el rollo mecanografiado original de En la carretera que se publicó (recién) el año 2008 en EE.UU.
En menos de tres semanas, en abril de 1951,
Jack Kerouac se sentó y escribió, en una larga y trepidante parrafada, una
novela en la que cuenta sus jóvenes y alocados viajes, a fines de la década del
40, de punta a cabo de EE.UU en compañía, principalmente, de Neal Cassady, un
ex preso hedonista hijo de un vagabundo alcohólico.
Tal manuscrito lo llevó a cabo Kerouac en un
rollo de papel de 36 metros. Pero cinco años después, cuando quiso publicar la
novela, debió aceptar una serie de cortes, censuras y cambios que la edición de
hoy anula.
¿Vale la pena la publicación del rollo
mecanografiado original, considerando que muchas de las buenas obras literarias
publicadas pasan por convenientes podas editoriales y así quedan? Hay autores y autores y hay editores y editores, pero claro que
vale la pena en este caso porque las diferencias con las ediciones
conocidas no son pueriles, y son para mejor.
Si en las ediciones hasta hoy conocidas la
primera línea decía “Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos
separásemos”, esta versión original dice: “Conocí conocí a Neal no mucho
después de la muerte de mi padre”. Y ciertamente no es lo mismo para el lector
que se le presente un narrador-protagonista que se acaba de divorciar a uno que
acaba de sufrir la muerte de su padre. Eso de partida. De ahí en adelante las
diferencias entre En el camino y En la carretera
empiezan a multiplicarse: donde había capítulos y puntos aparte, ahora no hay
más que un largo párrafo de más de 400 páginas en el que el espíritu beat
aparece más salvaje que nunca. Justamente el rescate de esa prosa
ininterrumpida restituye a la novela su mayor valor: su respiración acelerada,
su vertiginosidad, su trepidación. En la carretera es la
regurgitación en palabras de dos o tres años de experiencias extremas.
El original ahora publicado tiene cerca de
cincuenta páginas más, en las cuales aparecen escenas que la censura no dejó
pasar, episodios que algún editor habrá considerado repetitivos, nombres que en
su momento convino cambiar (ahora Sal Paradise se llama Jack Kerouac; Carlo
Marx, Allen Ginsberg; Dean Moriarty, Neal Cassady; y Bull Lee, William
Burroughs). Hay también montones de cambios mínimos pero divertidos; por
ejemplo, en En el camino, hacia el final, cuando pasan por una
casa de putas en México, los beat se hacen acompañar de un cafiche que se llama
Víctor, y todo sucede en un pueblo llamado Gregoria; mientras que ahora el
cafiche se llama Gregor y todo sucede en Victoria.
Así, pues, esta edición del rollo original, más
que una papita para filiólogos y eruditos, debería llegar para quedarse y
reemplazar a las ediciones hasta ahora conocidas; debería, para decirlo en términos
taxativos, convertirse en la edición canónica de la llamada “biblia del
movimiento beat”. En apoyo de esta idea pueden hacerse comparecer las palabras
que el mismo Kerouac escribió como prefacio a Big Sur, la novela
en que se muestra, hecho bolsa por efectos del alcohol, una década después de
los hechos narrados en En la carretera. Escribe ahí Kerouac: “Las
objeciones de mis primeros editores me impidieron usar en cada obra los mismos
nombres para los personajes. (Todos mis libros) no son sino capítulos de la
obra total que llamo La leyenda de Duluoz. Tengo la intención de
recopilar en mi vejez toda mi obra y reinsertar mi panteón de nombres
uniformes...”. Y esta edición, pues, es un primer paso para hacer efectiva tal
intención.
En la carretera está llena de
momentos de éxtasis: “alcancé”, escribe Kerouac, “la cima del éxtasis que
siempre había querido alcanzar, el paso total del tiempo cronológico a las
sombras intemporales, y el asombro ante la lobreguez del reino de lo mortal, y
la sensación de la muerte pisándome los talones para que siguiera mi camino”.
Los momentos extáticos no sólo son procurados por el consumo de alcohol,
marihuana y otros estupefacientes, como creen los idiotas, sino también, y
quizá principalmente, por la contemplación de la naturaleza, por la embriaguez
de la aventura o, derechamente, por la experiencia de Dios aún en la posguerra (“Dios
existe, sin el menor asomo de duda”, dice, aunque hay que consignar que al
borde del delirio, Neal Cassady cuando pisan Carolina del Norte). Y es que eran
días, escribe Kerouac, “preñados de enorme locura y peligro”.
Y no se crea que están ausentes las reflexiones
por ser ésta una novela donde impera el movimiento perpetuo y donde la
irresponsabilidad es la madre de cada uno de los corderos que hacen dedo en las
carreteras. Los personajes, sobre todo Kerouac, constantemente reflexionan
sobre la vida que van llevando: “Aquello que anhelamos en nuestros días de este
mundo, lo que nos hace suspirar y gemir y soportar todo tipo de dulces náuseas,
es la rememoración de una dicha perdida que probablemente experimentamos en el
seno materno, y que únicamente puede reproducirse -aunque odiemos admitirlo- en
la muerte”. Y más: “La verdad es que uno muere, que lo único que uno hace es
morirse, y sin embargo vive, sí, vive, y no se trata de una mentira de
Harvard”.
Hay que decir que esta nueva edición recupera
no sólo los nombres originales, el epígrafe de Walt Whitman y unas cuantas
escenas subidas de tono; recupera, también, ciertos guateos, ciertos momentos
monótonos o pasajes demasiado episódicos, pero la verdad es que nadie debiera recurrir
a Kerouac cuando quiera leer una novela perfecta. Para eso está Nabokov. Aquí
lo que hay es vida en palabras. Y la vida tiene momentos altos y momentos
bajos, pero son justamente los momentos bajos -de la vida y de una novela, que
no necesariamente coinciden- los que hacen que los altos resplandezcan y
apasionen.
Lector de Céline y de Hemingway, el Kerouac
narrador de esta novela -provisto del humor verazmente negro que posee aquel
que no se quiere hacer el lindo ante nadie- cuenta entre sus méritos el de
lograr imprimirle a su prosa la velocidad con que Neal Cassady conduce el
Hudson, el Cadillac o el auto que sea que se han conseguido para cruzar EE.UU.
de un lado a otro, oscilando -vacilando- entre el “extraño y gris Mito del
Oeste” y el “oscuro y misterioso Mito del Este”.
2009
EN LA CARRETERA. El
rollo mecanografiado original. Jack Kerouac, Anagrama,
2009, 435 páginas.
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