lunes, 7 de abril de 2014

KeGoles
Voy a cumplir 33 años dentro de poco y como –devoro, en realidad– dulces de la misma manera en que lo hacía cuando tenía siete años. Nueve años. Diez, once años. Nunca he dejado de hacerlo. Tengo una total expertise en dulces chilenos, los he comido con la compulsión de un niño cuasipobre al que le tiran luca y la va a hacer parir al almacén de la esquina. No tengo sofisticación: aunque puedo devorar Starbust y apreciar un buen caramelo alemán o un buen chocolate suizo o gringo, soy un pirigüín feliz en el pantano de la cochina industria chilena. El Kegol es para mí irreemplazable. Reconozco cierta compulsividad, puedo comerme los que sean en pocos minutos. Antes de ayer, por ejemplo, fui con mi mujer a almorzar al Baco. Al salir para comprarle cigarros, vi que el kiosquero de Lyon tenía Kegoles y le compré quince y me los comí en cinco minutos, antes de volver. Las mandíbulas me terminaron, como siempre, doliendo. Y la guata se me endulza, pero qué otro placer masticable puedo hallar. Lamentablemente, ya no hacen de plátano. Ni de naranja, lo cual es menos lamentable. Podría llenar páginas dando cuenta, y especulando motivos, de cómo naranja es el sabor más usado, y el menos apetecido, del rubro de la golosina barata. ¿Quién se pelea los Cri Cri de naranja? El Kegol es una institución. Ha sobrevivido a centenares de calugas y calugones. Cuando era niño valía ocho pesos. Ahora venden dos por cien pesos, y los he visto a cien cada uno. Pero el Kegol es el Kegol y si lo vendieran a dos por mil pesos, igual lo compraría. Hay más calugas, claro. Nunca olvidaría el Tucán de principios de los noventa –no esa imitación cuadrada que surgió años después de su desaparición–. Las calugas Sunny también han durado, pero es otra cosa. Son de leche, son arribistas en su pretensión, y aburren antes de que uno se pueda comer cincuenta de una sentada. Ahora que le han incorporado sabores (coco, pistacho y no sé qué otra mierda), es francamente patético. Mi suegro viene los martes religiosamente, y religiosamente, pese a las indirectas de su hija, trae una bolsa del nuevo Sunny Gold, bolsa dorada con café, horrible, molesta. El Kegol, cuadrado, duro como piedra a veces, latigudo como mala poesía otras, es un verdadero orgullo para un chileno como yo. Debiera ser exportado. Si hace frío, los calugones se ponen durísimos, pero se pueden ablandar de varios modos. El más rápido que conozco es metiéndoselos de dos o tres en el paquete, entre el calzoncillo y los cocos. A los dos o tres minutos están llegar, masticar y tragar. Otras veces uno los compra y están blandos, no derretidos ni latigudos, sino blandos, como un turrón, o una oblea incluso. Dos veces en mi vida –hace diez años y hace tres o cuatro- le he escrito un poema a los Kegoles.
El primero debe ser de hace más de una década, tendría yo como veinte, y recuerdo haberlo leído con relativísimo éxito en una lectura, la única en que alguna vez participé, en El Rincón de los Canallas, en la calle San Diego. Lo más bohemio, punk y beat que he hecho en mi vida:

KEGOLES
Me encantan los kegoles
         y a veces cuando voy al ekono
                   a comprar pan coca cola y cigarros
me compro una bolsa con como veinte calugones
–naranjos morados verdes rojos amarillos–
y cuando llego a mi casa
me escondo en mi pieza
y uno tras otro
en cosa de minutos
me los como todos y solo
más por la vergüenza del infantilismo que por avaro

luego a los cinco o seis minutos
me duele muchísimo la guata
y siento un asco asqueroso
pero no importa porque feliz
me comí los kegoles multisabor
gusto masticable que me permito
                   ahora que
ÚLTIMAMENTE                     
tan solito y con tan pocos gustos vivo.



El segundo, en donde el Kegol lo combinaba con mis tics nerviosos y otros asuntos de primera relevancia, es más reciente, un ejercicito de hace unos tres o cuatro años:

TICS
Kegoles, Mazics: cuestiones que van quedando
a través de los años en el centro de una vida:
la mía. Y hay más: Kegoles, Mazics, Tics: ruidos
que a mis Preciosas no dejan dormir. 
Kegoles, Mazics, cuestiones que van quedando,
tics, ruidos, y hay más: una vida,
la mía, en el centro a través de los años. Preciosas
sin dormir, Kegoles, Mazics, ruiditos, tics: su desvelo.



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