Hace un par de años, Ricardo Piglia dijo que María Moreno
le parecía uno de los mejores narradores argentinos actuales, “tal vez el
mejor”, y celebraba cómo sus crónicas “saben captar con oído absoluto las voces
y los tonos extraviados de su época”.
Ese oído absoluto opera también en los ensayos literarios
de Moreno, recién recogidos en Subrayados, volumen que
elocuentemente se subtitula “Leer hasta que la muerte nos separe”. Se trata de
una despabiladora lección de lectura. Una lección, involuntaria como son
siempre las mejores enseñanzas, sobre cómo leer libre, crítica y creativamente.
En todo caso, se trata de lecciones hechas con más preguntas que respuestas,
como cuando pregunta a propósito de la amistad entre el escritor John Berger y un
campesino de los Alpes: “¿es posible fundar una amistad sobre la base
de una desigualdad fundamental?”.
Moreno, que sin pudor ni arrogancia se confiesa
monolingüe y autoplagiaria (buena para citarse y reciclarse a sí
misma), se enfrenta con libertad en estos ensayos –o crónicas, o
artículos, da lo mismo– a asuntos y nombres de índole amplísima, pues nada le
es indiferente. Y todo lo mira diferentemente. Desde la “senil” presunción
sexual del Nobel J. M. Coetzee (“no cesa de salpicar con su solemne semen de
humanista cada una de sus últimas novelas”) hasta episodios autobiográficos
abordados con elegante brutalidad, por ejemplo el de la muerte de su padre mientras
su madre lo ve agonizar y ella los mira a ambos sin ser advertida.
El libro se llama Subrayados porque así
se llama uno de los 46 ensayos que lo integran. Subrayar como una manera de
leer escrutando, cuestionando, cazando minucias, escarbando detalles, incluso
tarjando pasajes desafortunados. El libro carga bien con su título y su
subtítulo enfático porque su lectura con seguridad propiciará mucha subrayación. Son textos de liberalidad y humor, de inteligencia y sorpresa: “Si
Hitler era deco, el Che es pop. De su diseño se han hecho cargo hasta sus
enemigos”, se lee.
Y si en más de un pasaje Moreno puede resultar difusa, en
algunas líneas desconcertante, incierta, eso en ningún caso puede pensarse como
descuido o discapacidad, ya que es una línea de trabajo tendiente a ampliar la
lengua y el entendimiento. Moreno definió su lenguaje como “un
foulard empapado en purpurina barroca con un fleco de jerga psicoanalítica,
otro de materialismo dialéctico pop y otro de feminismo fashion, más algunas
motas de argot farandulero y tartamudeo histérico”. Lo cierto es que su prosa
no sólo sacude, divierte e instruye sino que además deja siempre algo resonando
en la cabeza: una imagen, una pronunciación, un gesto incluso, como el de
agachar leve, respetuosamente la cabeza, como lo hizo ella de niña una vez en
la sala de clases al percatarse de que una compañera nueva no sabía leer e
intentaba disimularlo malamente. Si Subrayados es una lección de
lectura, tal vez lo sea como un modo de reparar la humillación a la que el
resto del curso sometió a esa compañera. Por eso –hable de Nabokov o de la
cintura femenina, de comidas o de la soledad– María Moreno lee e invita a leer
levantando la cabeza. Con delirio, con placer, con ingenio, pero sobre todo sin
miedo.
Subrayados
Leer hasta que la muerte nos separe
María Moreno
Mardulce Editora
2013, 291 páginas