martes, 4 de junio de 2013


Lihn, gallinas y monstruos




















Foto: Alejandro Olivares

La gallina es un ser.
Aunque es cierto que no se podría contar con ella para nada.
CLARICE LISPECTOR

Ahora que se están por cumplir 25 años de la muerte de Enrique Lihn y algunos se preguntan qué hacer con él, pienso que, dada la creciente incumbencia de su trabajo, llegará pronto el día en que alguien se partirá la cabeza inventariando la enorme presencia del reino animal en su obra: lombrices, monos, leones, perros, gatos, tigres, vacas y camellos se pasean de ida y vuelta por sus páginas. Un conteo exhaustivo y una clasificación inteligente estoy seguro que darían cuenta de las coincidencias o semejanzas, en un punto casi esopianas, que este poeta supuestamente indiferente a la naturaleza veía entre las conductas, acciones y reacciones de animales y hombres, incluido él mismo, por cierto. En su cuento “Huacho y Pochocha”, por ejemplo, el narrador dice: “Siempre ha de ser más feliz un perro de la calle, entregado de lleno a su naturaleza, que un perro de circo condenado, en dos patas, a impugnarla”. Nadie podría pensar que Lihn fuese inocente o aleatorio a la hora de armar sus metáforas y de elegir los elementos de sus comparaciones.
En esa línea zoológica, abundan especialmente en sus textos los gallos y las gallinas, los que aparecen con las más diversas y extravagantes significaciones y funciones. Por lo pronto, Lihn tiene no uno sino dos excelentes poemas titulados “Gallo”, en uno de los cuales se lee: “Canta este gallo, el mismo, y yo: ¿soy otro?”; en el cuento “Los secos y los húmedos”, incluido en La República Independiente de Miranda, la desigual isla donde acontece todo se llama Gallina; en uno de los últimos poemas que escribió en su Diario de muerte, el poeta, que no andaba cómodo en las arenas confesionales, escogió una figura plumífera nada menos que para definir su posición frente a la muerte: “Todavía aleteo / con el pescuezo torcido y las alas en desorden”. También se me viene a la cabeza “Las gallinas”, una de sus tantas obras teatrales, que no llegó a estrenar ni publicar, dejándola olvidada en la casa de Gustavo Meza hasta que hace seis años su hija Andrea la desempolvó para montarla en el teatro de la Universidad de Chile. Por lo que vagamente recuerdo, las gallinas ahí no eran gallinas sino mujeres –chilenas– que se desplazaban al interior de una casa; eso sí, como gallinas cluecas en el gallinero.
Mucho más que el cisne rubendariano, la gallina lihneana nos concierne. ¿Y por qué gallinas? No lo sé. Me llama la atención nomás su recurrencia, le conjeturo algunos alcances. Quizá podría indagarse a partir de una pista que ese hombre concernido que fue Enrique Lihn dejó caer en una entrevista que en 1986 le hizo Pablo Azocar. Ahí, para hablar de la situación del país, Lihn ocupa el término monstruosidad, indicando algo que asombra hoy por su vigencia, al punto de parecer adivinación (poietomancia se le llama a esto), y que puede dar, además, algún indicio acerca del alcance de su fijación gallinera: “Aquí muchos de los monstruos son de cuello y corbata. Son monstruos que no se reconocen como tales, monstruos con la apariencia de amables y distinguidas personas, que hablan en los diarios y aparecen en la televisión. Sin darse cuenta, están en un sistema que les permite conductas aberrantes. Y lo hacen con toda alegría, por así decirlo. Chile, en definitiva, hoy es eso: una gallina con cuatro patas”.
“Se ha abusado de la palabra abuso”, llegaría a decir un cuarto de siglo después un representante de esos monstruos cuando la gallina de cuatro patas se hartó de estar regida por su ley del gallinero y empezó a mostrarles el pico. Ahora sólo falta que los monstruos se comporten como gallinas. Parecería una de esas esperpénticas obras teatrales de Lihn.

No hay comentarios:

Publicar un comentario