GÓMEZ DÁVILA,
EL EXACTO CONTRARIO DE GARCÍA MÁRQUEZ
EL EXACTO CONTRARIO DE GARCÍA MÁRQUEZ
Este
18 de mayo se cumplirán 100 años del nacimiento del colombiano Nicolás Gómez
Dávila, escritor y filósofo cuya obra, reunida hoy por primera vez en
castellano, consiste en un ingente conjunto de aforismos –escolios los llama el
autor, esto es, “notas que se ponen a un texto para explicarlo”– que alcanzan
casi las 1500 páginas. Los publicó en vida en sucesivas tandas. Se lo pescó
poco. Esta edición ofrece la oportunidad de conocer y abrumarse ante el que ha
de ser uno de los pensamientos más poderosos y rudos del continente, y de los
más concernientes (en el sentido del punctum fotográfico de Barthes, de
“aquello que me punza”). Si a Gómez Dávila se le conoce poco y mal en el ámbito
de habla hispana se debe en gran medida al carácter reaccionario e insolente de
sus pensamientos, y a cierto provincianismo de los intelectuales del
continente, pues su obra ya tiene suficiente crédito en otras partes. En los
años 90 –para decirlo toda de una vez– Ernst Jünger expresaba ya su gran
admiración por estos escolios.
Católico
adinerado y sedentario ejemplar, Gómez Dávila se educó parcialmente en Francia,
donde ayudado por una enfermedad larga estudió lenguas y literaturas clásicas.
Luego volvió a Colombia, se casó, tuvo tres hijos y algunos amigos y se encerró
en su biblioteca –30.000 volúmenes tenía en ella, y al centro el cuadro de una
mujer con las tetas al aire– a leer y escribir, desarrollando, como dice Franco
Volpi en su prólogo, “la biblioterapia como forma de vida” y trabajando en una
obra que es el exacto contrario de la de su coterráneo García Márquez. Hay “dos
maneras tolerables de escribir”, dice Gómez Dávila en sus textos de juventud:
“una lenta y minuciosa, otra corta y elíptica”. Si García Márquez despliega su
genio de la primera manera, Gómez Dávila lo hace, sin duda, de la segunda, en
las antípodas de Macondo.
Llamó
a sus aforismos Escolios a un texto
implícito. El texto implícito debiera ser una obra central, y los escolios
un poco lo que Parerga y paralipómena,
de Schopenhauer, es a El mundo como
voluntad y representación: la marginalia,
las anotaciones, adiciones, enmiendas y puntualizaciones que orbitan dicha obra
central. La diferencia, clara está, es que esa obra central, metódica,
coherente, estructurada, Gómez Dávila se la saltó borgeanamente. Quizá saltar
sea un verbo inadecuado. En un libro de ensayos de circulación restringida que
publicó de joven (Textos) hay
cuarenta páginas que son un “tratado de la reacción”, y hay quienes piensan que
ese es el texto implícito al que sus escolios se remiten. Más bien, pienso yo,
para Gómez Dávila el texto implícito al que se refiere su obra no es ya un tratado
sobre el mundo sino el mundo mismo –“la totalidad de los
hechos”, diría otro filósofo–. O bien lo implícito es una mirada sobre el
mundo, una mirada tácita pues un tratado, por sus rigideces, no podría
contenerla, a menos que se tratase –oh genialidad– de un tratado imaginario, es
decir variable. Esto puede explicar el hecho de que muchos escolios sean, entre
sí, contradictorios, excluyentes. Fueron escritos durante toda una vida. Si el
mundo es cambiante y a menudo paradójico y el sujeto que lo observa es
cambiante y a menudo paradójico, cómo no iba a serlo el pensamiento que por
escrito pretende congregarlos. Cada página de este libro tiene en promedio unos
ocho escolios. Por 1.400 páginas, da 11.200 escolios. Alguien podrá contarlos y
rectificar la cifra, pero un dígito no cambiará el enorme alcance de estas
miles de “gotas puras de lucidez”, expresiones de un pensamiento impertinente,
demoledor, despreciativo en ocasiones e incluso humillador (cuando expone, en
palabras de Volpi, “la dureza de aquello que nosotros no habíamos pensado”),
hilarante también, virulento, afiladísimo, soberbio, iluminador, siempre
estimulante, fino, irritante; todos estos adjetivos se hacen pocos, o
demasiados, y como sea resultan inexactos –de los adjetivos dejó dicho el mismo
Gómez Dávila que son algo así como meros sucedáneos del pensamiento–; quizá sea
más apropiado entonces definirlo por negación. Nunca es fome. Nunca es blando.
No es testimonial ni autorreferente, aunque su propia experiencia sea el
sustrato de sus pensamientos, pero no su asunto. Nunca es tibio. Cálido sí, en
la medida en que hace ver a la literatura como un refugio posible donde pasar
nada menos que la vida casi entera, pero nunca tibio. En ocasiones es
desatadamente arbitrario, nunca un latero ecuánime. Literario ante todo,
siempre opera escrituralmente bajo el criterio de que ninguna idea es tan
importante como para que no sea importante el cómo se la expresa.
Leerlo
es ante todo una experiencia que sacude, se lo lea desde la coincidencia, la
perplejidad o el furioso disenso. Aquí una digresión: le recomendé este libro a
un amigo mayor, un lector muy agudo de literatura y filosofía, quien al día
siguiente partió a comprarlo y a los dos días me llamó para decirme que este
“huevón de mierda” lo tenía enfurecido y que quería poco menos que tirar el
libro por la ventana, pues se sentía muy distante de su desprecio por el mundo
y la calle, de su actitud altanera de erudito encerrado y platudo, de su
postura de católico satisfecho. Le dije que yo jamás me desharía de un libro
que tuviera sobre mí tal efecto. Un libro capaz de irritarme así, al contrario,
lo pondría en el estante más a la mano, le dije. Estuvo de acuerdo, tras
haberse desahogado. Creo que lo seguirá leyendo con furia, es decir con pasión,
la que podrá mutar en placer.
¿Y
contra qué despotrica, a todo esto, el malicioso Gómez Dávila? Aunque lo
central no es contra qué sino cómo, con qué afilado poder de síntesis y
sugerencia lo hace, habría que consignar entre sus principales blancos a la democracia,
la modernidad y el progreso (“La sociedad del futuro: una esclavitud sin
amos”), el marxismo (que “puso al servicio de los que no entienden las
preguntas el más adecuado repertorio de respuestas”) y el liberalismo –pero en
definitiva contra lo que arremete brutalmente son los clichés, las certezas y
los convencimientos pagados de sí mismos que abundan en el mundo moderno,
contra la imbecilidad, en fin–. Volpi lo llama en su prólogo un “Nietzsche
colombiano” (y también sostiene livianamente que Gómez Dávila proviene de la
nada, como si la cultura y la vida colombiana o latinoamericana fueran la nada
y la europea el todo).
Ahora
bien, en lo único que cree este Nietzsche cafetero es en Dios (“Todo fin
diferente de Dios nos deshonra”). Todo lo que haya puesto el hombre entre el
cielo y la tierra le produce sospechas. Es que la postura suya frente al mundo
es la del ironista. Y dado que “la incertidumbre es el clima del alma”, lo que
entiende Gómez Dávila por ironía no es una choreza baladí: “Si la ironía
consiste en pensar que la verdad es precisamente lo contrario de lo que estamos
pensando, pero que no basta invertir nuestro pensamiento para captarla –así
como la acera de enfrente es aquella en que nunca estamos–, pido que se me
admita como ironista”.
No
recuerdo dónde leí que cuando a Borges lo increparon unos jóvenes, creo que en
una conferencia en Chile, diciéndole que la palabra conservador con que se
definía a sí mismo a ellos les daba asco, Borges respondió que con conservador
quería decir simplemente escéptico. Gómez Dávila sería reaccionario (no
conservador) en ese mismo sentido. “Pensar suele reducirse a inventar razones
para dudar de lo evidente”, dice este cristiano contrariador en sus escolios,
cuyo valor intrínseco es enorme, mientras que sus alcances e influencias
dependerán de la capacidad de ponderación de quien lea: “Las frases son
piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector. El diámetro de las
ondas concéntricas que desplazan depende de las dimensiones del estanque”.
Estos
escolios no se añejan, antes al contrario, y de hecho algunos se vuelven
contingentes. Por ejemplo, a propósito de Antares de la Luz y su secta, este: “El mal que
hace un bobo se vuelve bobería, pero sus consecuencias no se anulan”.
ESCOLIOS A UN TEXTO IMPLÍCITO
Nicolás Gómez Dávila
Atalanta, 2012, 1407 páginas
Disponible en Metales Pesados
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