LÍNEAS CONTINENTALES
Cuando
releo pedazos de la muy documentada “Parte de los crímenes” de 2666 de Roberto Bolaño y recuerdo los
espeluznantes detalles a los que puede dar forma el ensañamiento humano
(mujeres violadas hasta por el ombligo, que ha sido previamente tajeado, por
ejemplo); cuando a instancias de un amigo demente me pongo a mirar las fotos y
los videos del mexicano y sanguinario blogdelnarco.com, y también cuando me
quedo pegado viendo algún capítulo de Pablo
Escobar, el patrón del mal; cuando leo “Los muertos”, el poema de la
mexicana María Rivera, pero sobre todo cuando en youtube la oigo a ella misma
leyéndolo en el DF, con su vozarrón fuerte y duro pero a la vez provisto de una
inmensa dulzura, ante una multitud crecientemente atenta: “Allá vienen / los
descabezados,/ los mancos, / los descuartizados, / a las que les partieron el
coxis,/ a los que les aplastaron la cabeza, / los pequeñitos llorando / entre
paredes oscuras / de minerales y arena”; cuando leyendo a algunos de los
mejores narradores latinoamericanos en activo, como el hondureño Horacio
Castellanos Moya, el colombiano Juan Gabriel Vásquez, el guatemalteco Rodrigo
Rey Rosa o el brasilero Ferréz (o Rubem Fonseca, para mayor rotundidad), me
entero de más y más minucias sobre las desatadas formas que puede tomar la
violencia y el terror en el continente; cuando a propósito de los 40 años del
11 de septiembre de 1973 reviso algunos de los mejores libros testimoniales o
documentales que sobre el periodo que siguió a ese día negro se han escrito
(muchos de los cuales han sido reeditados en los últimos meses, siendo clave Tejas Verdes de Hernán Valdés); cuando,
en fin, recorro literal o literariamente este continente de lado a lado o de
arriba abajo –y sobre todo en su centro–, capto mejor, más hondamente, el
sentido de ese formidable y exagerado poema de Rubén Darío en el que se refiere
a América como a “una histérica / de convulsivos nervios y frente pálida”. El
poema es de 1892, se llama “A Colón”, está incluido en El canto errante y termina así: “Duelos, espantos, guerras, fiebre
constante / en nuestra senda ha puesto la suerte triste: / ¡Cristóforo Colombo,
pobre Almirante, / ruega a Dios por el mundo que descubriste!”. El punto de
distancia con el desaliento rubendariano, eso sí, lo obtengo justamente porque
esa “histérica de convulsivos nervios” ha engendrado, también, a Rubén Darío,
Roberto Bolaño, Rubem Fonseca, Horacio Castellanos Moya, María Rivera, Juan
Gabriel Vásquez, etcétera.
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