El
carteo entre Auster y Coetzee
PENSAMIENTOS COMO HACHAZOS
Este libro, Aquí y ahora, es levemente espectacular. Espectacular en la medida en
que lo que ofrece es ante todo, o a primera vista al menos, un fascinante
espectáculo, el del enfrentamiento, llevado a cabo mediante un vivaz
intercambio epistolar en el transcurso de tres años, de dos inteligencias
amigas y afines, ambas de alto vuelo y de firme paso, pero también muy
distintas. Por una parte, la inteligencia de J. M. Coetzee, un autor que en la
mayoría de sus libros (Desgracia, La edad
de hierro, Esperando a los bárbaros, Mecanismos internos, Costas extrañas,
Infancia, Juventud, Verano) es soberbio, demoledor, inclemente a ratos –y
es quizá la misma admirable impiedad y sofisticación con que los urde la que,
en este epistolario, lo hace aparecer como dueño de una inteligencia fuera de
lo común, sin duda, pero también fría como sangre de lagarto–. Coetzee se
muestra glacial como lo ha de haber sido la Mistral (quien, como dijo Piglia
una vez, “se hacía la maestra caritativa para esconder su aridez despótica a lo
Beckett”). Y, por otra parte, la inteligencia de Paul Auster, quien aparece
como un observador agudo y un prosista fino, muy atento a los infinitos
alcances y dobleces de lo particular, provisto de una brillante combinación de
sentido común y distancia de todo lugar común y, también, provisto de calidez,
no solo por las diversas y simpáticas expresiones de afectuosidad que muestra a
su colega, sino también por su manera de relacionarse con los hechos del mundo
y con los sujetos que los protagonizan.
Las
líneas de Coetzee se cargan, sin dejar de contar fascinantes historias (como la
de cuando se enardeció hasta el delirio jugando ajedrez), a la reflexión
filosófica y a la abstracción, en tanto que las de Auster se inclinan, sin
dejar de lado en ningún momento el pensamiento, a la narración de hechos
(“caigo en la cuenta de que muchas veces respondo a tus observaciones con
historias personales”, le dice a Coetzee), con especial debilidad por las
coincidencias y los repliegues del tiempo. En términos generales, pues, puede decirse
que Coetzee es no sólo más contenido y filosófico sino también más serio
(cuando empieza a citar a Derrida, Auster le replica con Groucho Marx), y que
Auster es mucho más demostrativo, vital y jocoso (se despide mandando abrazos,
buenos deseos, “un sonoro jo, jo, jo” y, en más de una ocasión, hace chistes o
bromas que lisa y llanamente son desatendidos en la siguiente carta de
Coetzee), todo lo cual está en la raíz de la espectacularidad que ofrece el
carteo entre ambos escritores, quienes tienen diferencias y sobre todo matices
en buena parte de los asuntos en que se sumergen, pero no los ocultan sino que
los ventilan y pelotean para que, como dice Coetzee, “podamos sacarnos chispas
el uno al otro”. Y chispas hay. También cruces que agregan volumen, o
imprevisibilidad, al perfil humano y literario de cada uno. Por ejemplo, Auster
es, en la vida real, un reconocido “tecnófobo”, ajeno o resistente a los
avances de la era digital (celular y computador incluidos), pero su obra
narrativa abunda en celulares, emails y otras formas de conectividad moderna,
mientras que Coetzee, en cambio, no es nada tecnófobo, pero rehuye incluir en
su narrativa tecnologías de comunicación posteriores al teléfono (que es un
invento decimonónico).
Con
todo, ambos tienen, aparte de una amistad que va creciendo con el pasar del
tiempo (lo cual puede comprobarse en el cambio de tono que las despedidas de
Coetzee adquieren en las cartas del último año), puntos de encuentro
relevantes, uno de los cuales es la pasión por Beckett, otro la animadversión
hacia los críticos literarios, otro un diagnóstico algo alharaco respecto al
sombrío estado del arte y la literatura actual, otro la equidistancia que toman
respecto a las posturas de Israel y Palestina en el largo conflicto que
sostienen.
El
libro, que comienza con una carta de Coetzee de julio de 2008 y termina con
otra, también suya, de agosto de 2011, carece de prefacio, notas o epílogo, e
incluso de índice, y sólo por la información de la contratapa sabemos de qué
manera surgió: luego de conocerse en persona el 2008 en un festival literario
en Australia, Auster y Coetzee, por sugerencia de este último, decidieron
iniciar un intercambio de cartas (enviadas de un continente a otro por correo y
ocasionalmente complementadas por fax) en el que darían rienda suelta a sus
pensamientos para abordar los asuntos que fuesen apareciendo en el camino,
dándole así preponderancia a la espontaneidad en la elección de los temas,
espontaneidad que luego no habrá de tener espacio alguno en el análisis y la
concatenación de dichos temas, auscultados siempre con método, aun si con
locura (como las demenciales nociones que respecto a su insomnio tiene
Coetzee). El resultado de todo es un contundente lote de cartas, escritas con
una frecuencia quincenal, en el que, con discusiones, obsesiones y omisiones y
no sin equívocos y también momentos epifánicos, abordan, en el sentido marinero
del término, asuntos hermanados por una sola cuestión: la pasión, positiva o
negativa, que despiertan en ambos autores: la amistad misma y la literatura en
primerísimo lugar, pero también el deporte (más que su práctica, su apreciación
por TV y sus alcances mentales y sociales), la alimentación y los discursos y
discursillos en torno a ella, la mierda que se pega en los zapatos, la
importancia del fracaso y el curso de la economía global, cuestión esta última
cuyo abordaje en el libro merece mención aparte, pues el carteo se produce en
pleno desate de la crisis económica, crisis o derrumbe del que Coetzee sospecha
hondamente, con una incredulidad análoga a aquella con que un niño no entiende
cómo diablos es eso de que, en el cristianismo, Dios sea uno y tres a la vez.
Uno y Trino.
La
lectura de estas cartas ofrece algo así como la anatomía o el escudriñamiento
mutuo de dos inteligencias, una seca y calibrada hasta en los detalles (Coetzee),
otra cálida y desinhibida (Auster), pero sobre todo brinda, este libro, una
lección de libertad: la de pensar cualquier asunto, incluso los ya
archipensados, con atrevimiento y soltura (lo que por cierto no excluye el
rigor ni la documentación), calzando muy bien ambos autores con aquel perfil
del intelectual que Nietzsche, en boca de Zaratustra, reclamaba para el mundo:
“Yo no estoy adiestrado al conocer como los doctos, que lo consideran un cascar
nueces… Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamiento
propios”. Eso abunda en este libro: pensamientos propios y quemantes que
obligan a pausar la lectura para digerir bien las ideas o, como dice en una
carta Auster refiriéndose a la materia de que está compuesta la prosa de
Heinrich Von Kleist, “pensamientos como hachazos”: duros, relucientes y
abridores de nuevas formas para seguir dándole vueltas a las materias en las
que, precisamente, Coetzee y Auster han clavado el hacha neuronal.
AQUÍ Y AHORA
Cartas
2008-2011
Paul
Auster y J. M. Coetzee
Anagrama
y Mondadori
2012,
265 páginas
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