viernes, 8 de marzo de 2013


El carteo entre Auster y Coetzee
PENSAMIENTOS COMO HACHAZOS

Este libro, Aquí y ahora, es levemente espectacular. Espectacular en la medida en que lo que ofrece es ante todo, o a primera vista al menos, un fascinante espectáculo, el del enfrentamiento, llevado a cabo mediante un vivaz intercambio epistolar en el transcurso de tres años, de dos inteligencias amigas y afines, ambas de alto vuelo y de firme paso, pero también muy distintas. Por una parte, la inteligencia de J. M. Coetzee, un autor que en la mayoría de sus libros (Desgracia, La edad de hierro, Esperando a los bárbaros, Mecanismos internos, Costas extrañas, Infancia, Juventud, Verano) es soberbio, demoledor, inclemente a ratos –y es quizá la misma admirable impiedad y sofisticación con que los urde la que, en este epistolario, lo hace aparecer como dueño de una inteligencia fuera de lo común, sin duda, pero también fría como sangre de lagarto–. Coetzee se muestra glacial como lo ha de haber sido la Mistral (quien, como dijo Piglia una vez, “se hacía la maestra caritativa para esconder su aridez despótica a lo Beckett”). Y, por otra parte, la inteligencia de Paul Auster, quien aparece como un observador agudo y un prosista fino, muy atento a los infinitos alcances y dobleces de lo particular, provisto de una brillante combinación de sentido común y distancia de todo lugar común y, también, provisto de calidez, no solo por las diversas y simpáticas expresiones de afectuosidad que muestra a su colega, sino también por su manera de relacionarse con los hechos del mundo y con los sujetos que los protagonizan.
Las líneas de Coetzee se cargan, sin dejar de contar fascinantes historias (como la de cuando se enardeció hasta el delirio jugando ajedrez), a la reflexión filosófica y a la abstracción, en tanto que las de Auster se inclinan, sin dejar de lado en ningún momento el pensamiento, a la narración de hechos (“caigo en la cuenta de que muchas veces respondo a tus observaciones con historias personales”, le dice a Coetzee), con especial debilidad por las coincidencias y los repliegues del tiempo. En términos generales, pues, puede decirse que Coetzee es no sólo más contenido y filosófico sino también más serio (cuando empieza a citar a Derrida, Auster le replica con Groucho Marx), y que Auster es mucho más demostrativo, vital y jocoso (se despide mandando abrazos, buenos deseos, “un sonoro jo, jo, jo” y, en más de una ocasión, hace chistes o bromas que lisa y llanamente son desatendidos en la siguiente carta de Coetzee), todo lo cual está en la raíz de la espectacularidad que ofrece el carteo entre ambos escritores, quienes tienen diferencias y sobre todo matices en buena parte de los asuntos en que se sumergen, pero no los ocultan sino que los ventilan y pelotean para que, como dice Coetzee, “podamos sacarnos chispas el uno al otro”. Y chispas hay. También cruces que agregan volumen, o imprevisibilidad, al perfil humano y literario de cada uno. Por ejemplo, Auster es, en la vida real, un reconocido “tecnófobo”, ajeno o resistente a los avances de la era digital (celular y computador incluidos), pero su obra narrativa abunda en celulares, emails y otras formas de conectividad moderna, mientras que Coetzee, en cambio, no es nada tecnófobo, pero rehuye incluir en su narrativa tecnologías de comunicación posteriores al teléfono (que es un invento decimonónico).
Con todo, ambos tienen, aparte de una amistad que va creciendo con el pasar del tiempo (lo cual puede comprobarse en el cambio de tono que las despedidas de Coetzee adquieren en las cartas del último año), puntos de encuentro relevantes, uno de los cuales es la pasión por Beckett, otro la animadversión hacia los críticos literarios, otro un diagnóstico algo alharaco respecto al sombrío estado del arte y la literatura actual, otro la equidistancia que toman respecto a las posturas de Israel y Palestina en el largo conflicto que sostienen.
El libro, que comienza con una carta de Coetzee de julio de 2008 y termina con otra, también suya, de agosto de 2011, carece de prefacio, notas o epílogo, e incluso de índice, y sólo por la información de la contratapa sabemos de qué manera surgió: luego de conocerse en persona el 2008 en un festival literario en Australia, Auster y Coetzee, por sugerencia de este último, decidieron iniciar un intercambio de cartas (enviadas de un continente a otro por correo y ocasionalmente complementadas por fax) en el que darían rienda suelta a sus pensamientos para abordar los asuntos que fuesen apareciendo en el camino, dándole así preponderancia a la espontaneidad en la elección de los temas, espontaneidad que luego no habrá de tener espacio alguno en el análisis y la concatenación de dichos temas, auscultados siempre con método, aun si con locura (como las demenciales nociones que respecto a su insomnio tiene Coetzee). El resultado de todo es un contundente lote de cartas, escritas con una frecuencia quincenal, en el que, con discusiones, obsesiones y omisiones y no sin equívocos y también momentos epifánicos, abordan, en el sentido marinero del término, asuntos hermanados por una sola cuestión: la pasión, positiva o negativa, que despiertan en ambos autores: la amistad misma y la literatura en primerísimo lugar, pero también el deporte (más que su práctica, su apreciación por TV y sus alcances mentales y sociales), la alimentación y los discursos y discursillos en torno a ella, la mierda que se pega en los zapatos, la importancia del fracaso y el curso de la economía global, cuestión esta última cuyo abordaje en el libro merece mención aparte, pues el carteo se produce en pleno desate de la crisis económica, crisis o derrumbe del que Coetzee sospecha hondamente, con una incredulidad análoga a aquella con que un niño no entiende cómo diablos es eso de que, en el cristianismo, Dios sea uno y tres a la vez. Uno y Trino.
La lectura de estas cartas ofrece algo así como la anatomía o el escudriñamiento mutuo de dos inteligencias, una seca y calibrada hasta en los detalles (Coetzee), otra cálida y desinhibida (Auster), pero sobre todo brinda, este libro, una lección de libertad: la de pensar cualquier asunto, incluso los ya archipensados, con atrevimiento y soltura (lo que por cierto no excluye el rigor ni la documentación), calzando muy bien ambos autores con aquel perfil del intelectual que Nietzsche, en boca de Zaratustra, reclamaba para el mundo: “Yo no estoy adiestrado al conocer como los doctos, que lo consideran un cascar nueces… Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamiento propios”. Eso abunda en este libro: pensamientos propios y quemantes que obligan a pausar la lectura para digerir bien las ideas o, como dice en una carta Auster refiriéndose a la materia de que está compuesta la prosa de Heinrich Von Kleist, “pensamientos como hachazos”: duros, relucientes y abridores de nuevas formas para seguir dándole vueltas a las materias en las que, precisamente, Coetzee y Auster han clavado el hacha neuronal.



AQUÍ Y AHORA
Cartas 2008-2011
Paul Auster y J. M. Coetzee
Anagrama y Mondadori
2012, 265 páginas

No hay comentarios:

Publicar un comentario