El
otro sendero de Mariátegui
UN ENSAYISTA LUMINOSO
Leí
con inesperado placer y curiosidad los recién reeditados Ensayos literarios de José Carlos Mariátegui, peruano de vida breve
(1895-1930), pensador marxista de primera magnitud (fundador en su país del
Partido Socialista, tras su muerte convertido en Partido Comunista, y autor de
esa frase de la cual tomó su nombre la sanguinaria guerrilla maoista peruana:
“El marxismo leninismo abrirá el sendero luminoso hacia la revolución”) y
escritor de reflexiones literarias –su real sendero luminoso– que no han
perdido vigencia intelectual o, al menos, belleza. Lector pionero, Mariátegui
supo detectar, relevar y celebrar casi simultáneamente a su aparición obras tan
complejas y exigentes como las de Joyce, Radiguet, Breton y las vanguardias,
sin rendirle pleitesía acrítica sino, al contrario, cuestionándolas por varios
flancos, a tal punto que, como bien dice en su nota el
encargado de esta reedición, “puede leerse a Mariátegui, al mismo tiempo, como
un observador crítico del campo cultural europeo y como un revolucionario del
campo literario latinoamericano”. Asimismo supo, con una
agudeza que ilumina aún hoy, dar cuenta de cuestiones estéticas acá por
entonces no muy cotizadas, como el freudismo en la literatura o los alcances
del arte de Chaplín (por el que siente un entusiasmo algo desbordado, pero la
exageración es una licencia lícita en el ensayo).
Leyendo
estos ensayos, a los que hasta hoy nulo acceso se tenía siendo su autor una
figura clave de la intelectualidad del continente, recordé que cuando el año pasado Alan Pauls vino a presentar su espléndido
libro de ensayos Temas lentos (Udp)
dijo algo así como que él jamás habría armado ese libro por iniciativa
propia, que le daba pudor hacerlo y le agradecía la idea y ejecución a los
editores. Aunque la supongo movida por la modestia, la encontré una declaración
equívoca porque, primero, Temas lentos
es probablemente su mejor libro o uno de sus dos mejores sin duda y, segundo,
porque hace rato (siglos, de hecho) que el ensayo, así como la crónica, la
crítica e incluso la entrevista, no tienen por qué estar siendo tributarios ni
pudorosos parásitos editoriales de otras producciones, preferentemente de las
del ámbito de la ficción, para tener derecho a existencia, a circulación, a
conformar libro. Esto, por cierto, es una perogrullada. Pero no tanto en Chile,
pese al trabajo de sellos como Hueders, UDP, Metales Pesados, UAH, Catalonia o
Cuarto Propio. Hasta hace algunos años, los escritores en Chile eran principal,
si es que no exclusivamente, otros: los narradores, los novelistas muy en
especial. Quienes ejercían la crónica, el periodismo no noticioso, la crítica e
incluso el ensayo eran tirados para la cola por la “vieja estimativa literaria”
(expresión de Mariátegui). Absurdo de proporciones por el cual en Chile todavía
se oye hablar de Escritor y poeta, Escritor y cronista, Escritor y periodista,
Escritor y ensayista, pero nunca de Escritor y novelista o Escritor y
cuentista, porque eso implicaría redundancia. Volviendo a Mariátegui, que no escribió ficción pero es un escritor de
tomo y lomo, sus ensayos están escritos con una prosa que deleita y
poblados de palabras que, aunque algunas en triste desuso, no han perdido ni un
pico de encanto y efectividad.
El libro consta de tres secciones. Una recoge sus ensayos sobre
autores como los ya mencionados y también Drieu la Rochelle, Tolstoy (sic),
Zola (al que desdeña) y Rilke (“Rilke es sólo lírico. No ha empañado los
cristales de su arte el hálito de la revolución”). Ahí, sin renegar de su
instrucción marxista pero tampoco tributándola cándidamente, Mariátegui se
muestra como un formidable crítico de poesía, proponiendo categorías,
relaciones y cruces que, incluso aunque ya no tengan mucha operatividad, siguen
siendo placenteros de leer y propiciadores de nuevas ideas.
Una segunda sección compila sus pensamientos sobre las vanguardias
y sus ismos; y una tercera, llamada “Critica cultural y entrevistas”, depara
aún más sorpresas, como el texto “El artista y la época”, que es una excelente
muestra, quizá la mejor, de su prosa certera y fina y, sobre todo, de su
inteligencia inquieta y libre, reacia a comodines y comodidades. Ahí hace un
examen, en apenas cinco páginas, de la relación del artista con su tiempo,
repasando la permanente insatisfacción que muestra ante la sociedad y luego las
razones del efectivo desdén de ésta, para entonces referirse a lo reaccionaria
que, de todos modos, es la protesta de los artistas que, resentidos con el
orden de las cosas, se ponen a añorar épocas pasadas, donde la aristocracia, a
diferencia de la burguesía, habría sabido darle esplendor a la cultura, lugar
común que Mariátegui también demuele. A continuación dice que el artista se
queja del trato de la prensa, burlándose de la relación inocentona y romántica
que aún mantienen los creadores con los medios, para a renglón seguido
arremeter contra la prensa que, efectivamente, “tiene siempre muy en cuenta el
gusto de su alta clientela”. Y no es que Mariátegui no tenga posturas (de hecho
era marxista y el marxismo es, entre otras cosas, una narrativa del mundo y una
articulación de posturas ante él): las tiene, pero está siempre dispuesto a
revisarlas críticamente.
También se incluyen un par de entrevistas donde, con zarpazos de
inteligencia, Mariátegui resuelve casi como en tuiteos cuestiones que, para una
mente no tan preclara, demandarían, cuando menos, varias parrafadas. Y tiene un
humor impropio, digamos, de un marxista rígido, pero es que él no lo era. Cuál
es su concepto de la vida, le pregunta un día un periodista, y responde: “Esta
es una pregunta metafísica, y la metafísica no está de moda”. Y cuando de la
revista Perricholi quieren saber cuál
es para él la figura literaria más grande que ha tenido el Perú, dice: “Nunca
he sentido la urgencia de encontrar entre nosotros la figura máxima”.
Mariátegui perdió una pierna a los 29 años y la vida a los 35,
pero no perdió nunca, aunque ello le costara pelear con sendas facciones de la
izquierda, la lucidez, el sentido crítico, el humor y el amor al mundo por
sobre cualquier idea acerca de éste que pudiera él mismo suscribir. Era
superior su espíritu crítico a su espíritu marxista, por lo cual puedo suponer
que habría hecho buenas migas con un hombre que iba a nacer, cuatro años
después de su muerte, en otro lugar del mundo, en Bulgaria: Tzvetan Todorov, de
quien acabo de pillar y leer un libro de ensayos formidables, La literatura
en peligro, en cuya entrada cuenta, justamente, como fue que llegó al
estructuralismo sorteando, como joven lector y crítico, los preceptos
ideológicos con que el régimen comunista búlgaro obligaba a sus ciudadanos a
asumir la literatura.
ENSAYOS LITERARIOS
José
Carlos Mariátegui
Mardulce
Editora, 2012, 172 páginas
Hola Vicente:
ResponderEliminarEncuentro muy interesante el post. La faceta literaria de Mariátegui ha sido poco explorada, como que su lado marxista ha sido más discutida en nuestro medio (al menos en Perú).
Tengo un amigo peruano que ha trabajado la faceta literaria de Mariátegui, y le gustaría hacerte llegar sus textos. A ver si me envías tu correo y nos ponemos deacuerdo.
Saludos.
Alex
www.cronicas-de-la-calle.blogspot.com