Enrique Lihn. Un
hombre concernido
“La
idea del espíritu que presupone una esencia intemporal del hombre,
indiferente a la historia, un cierto ‘reino
de la libertad’
que se realiza al margen de la contingencia, esa idea anima el Cuerpo
E de Artes
y Letras mercuriales.
Se puede combatir en su nombre, pero, claro está, a favor de una
concepción idealizante de la cultura que deje, en cada caso, el
mundo donde está”. Esto que con razonado desprecio escribió en
1984 Enrique Lihn ilustra, por oposición, con claridad meridiana lo
que él mismo buscaba con su poesía: sacudir al mundo, o cuando
menos a una parte de sus habitantes, de manera tal que tras la
lectura ya las cosas no pudieran volver a verse con los mismos ojos
(o, tal vez, que ya las cosas no estuvieran donde mismo). Hay veces en que la cultura
–la
poesía–
o bien sirve primero que todo para conjurar el encandilamiento de
todo mal o no sirve para nada mucho. Si el sol que en plena dictadura
había que mamarse esperando las apariciones de la virgen en Villa
Alemana quemaba los ojos de los fieles y curiosos, la poesía de Lihn
se jugaba por devolver un reflejo hecho pedazos, a veces jocoso,
otras filudo y otras conmovedor, del espectáculo en torno a esa
virgen que el gobierno quiso hacer creer que veía en peladeros más
bien infernales de Villa Alemana un tal Miguel Ángel –niño
que terminaría cambiándose de sexo y llamándose Karol Romanoff, en
lo que Pedro Lemebel acertó a calificar como “la transfiguración
de Miguel Ángel”.
La aparición de la
Virgen y otros poemas políticos, cuya factura editorial estuvo a
cargo de Andrés Florit, se estructura en tres partes que describen
muy bien el tránsito del espíritu con que Lihn se relacionó con la
vida política del país y del mundo, con su tiempo, su lugar y su
comunidad. En la primera parte aparece la oscilación entre una
fervorosa y regular poesía militante y una brillante poesía
celebratoria o reflexiva, que fue la que escribió antes del golpe,
cuando la Revolución Cubana era todavía un sueño (o “el
nacimiento del espíritu crítico”) y no una pesadilla de la que en
vano se intentaba despertar. Es una poesía, la de estos años, en
sus picos deslumbrante, humorística en ocasiones, que oscila sin
tapujos entre asuntos universales y cuestiones estrictamente locales,
y de la que sobresalen poemas como “Época del sarcasmo”, “La
sedición” (donde aparece el “Dunny”), “A la clase media” o
“La derrota”, que tiene una de esas comparaciones típicamente
lihneanas, hechas como al paso pero que producen el duradero efecto
de un fierrazo en la lectura: “El orador piensa en la muerte, y la
muerte, por primera vez, en sí misma, con la perplejidad de una
primera dama que fuera repentinamente violada por una horda de beats
en su propia residencia”. Como sucederá en toda la obra de Lihn,
la forma de los poemas varía ostensiblemente entre un libro y otro,
pero son variaciones tácticas; para este pintor de la vida moderna
no hay pinceles permanentes, pero sí se mantiene la estrategia
poética: procurar “un saber que se ajuste como el tigre a su presa
/ al mal o somos pasto de la palabrería”.
En
la segunda sección está el rastro, primero esperpéntico y luego
cada vez más agudo y siempre chirriante, del quehacer de Lihn tras
el golpe. De esa etapa es por ejemplo Lihn
& Pompier,
donde se pueden leer estos versos: “Si se prescinde de la
indignación moral / se puede incluso sospechar que esa degollación
/ es una figura retórica de la Divina Providencia”. Naturalmente,
Lihn sabía que no se puede prescindir de la indignación moral, no
creía en la Divina Providencia y menos iba a sospechar de la
veracidad de las degollaciones (una sospecha de ese tipo solo podía
deberse a conveniencia o connivencia); versos así se explican, más
bien, porque Lihn era un gran simulador de voces contrarias, de
energúmenos. De esta etapa es también El
Paseo Ahumada,
cuya estridencia es la propia de unos textos que se proponen como un
“canto particular”, y donde Lihn, en una maniobra que es en sí
misma política (año 1983), entrega la voz y/o pone el foco en una
mendicante víctima de la recesión. Casi treinta años después, la
asombrosa actualidad de El
Paseo Ahumada
puede refrendarse en la lectura de “Muérete de gusto en una
clínica particular”, con seguridad el más veraz y negramente
divertido poema que se ha escrito sobre la usura en el sistema de
salud privado de Chile.
Finalmente,
se incluye entera La
aparición de la Virgen,
donde, ya lejos del temple del versificador de poemas como “A la
clase media” o del sonetista ingenioso de París,
situación irregular,
Lihn opera una poesía de carácter frontal, cuando no
confrontacional (aunque nunca deja de propiciar lecturas oblicuas),
en apariencia descuidada, una poesía que le planta cara igualmente a
la belleza pura y al presidente de la Corte Suprema, a la derecha
(“los viejos sátrapas”) y a la CNI –todavía
sorprende la rotundidad del poema que abre el libro: “Mil veces
preferible quemarse los ojos para ver a la virgen / que estar en el
elenco de los que filman con sangre”–.
Y si esta poesía puede tener inclinaciones malsonantes o enrielar
con frecuencia en la vía prosaica, esto en ningún caso es dable
suponer que se deba a impericia o menos a inconsciencia o apuro del
poeta. Más justo es pensar de Lihn lo que Joseph Brodsky pensaba de
Eugenio Montale: “Su objeción al exceso estilístico es claramente
ética, además de estética”. Dicho de un modo más cercano, Lihn
no contradice
toda
su protesta con melodías rebuscadas y hermosas,
que es, casi textualmente, lo que le impugnaba Jorge González, de
Los Prisioneros, a mucho cantor de pretensiones contestatarias en el
oscuro Chile de esos años.
La
aparición de la Virgen,
como su anterior El
Paseo Ahumada,
fue publicado por Lihn como un opúsculo, en formato y papel de
diario –sorteando
a la vez censura y pobreza–
y con dibujos hechos por él mismo que adicionan densidad a los ya
densos signos puestos en circulación mediante palabras por Lihn (en
un dibujo aparecen esqueletos protestando). Y aquí nuevamente encaja
algo de Brodsky sobre Montale: “Constituye casi una regla que, para
sobrevivir bajo la presión totalitaria, el arte debe desarrollar una
densidad directamente proporcional a la magnitud de dicha presión”.
Y no es que se trate de un libro hermético u hostil, sino de un
libro, por decirlo de algún modo, intenso, en el sentido de
copiosamente cargado de alusiones, significaciones, citas e
impugnaciones, todo en un ánimo entre desafiante, paródico
(“Allanados y allanadores / venid y va-á-mos to-ódos”),
juglaresco y, me atrevería a decir, democrático, pues Lihn no
olvida ni cuando hace poemas de amor que la poesía no es una
cuestión personal, cediéndole la palabra incluso a un especie de
locutor de radio con aires cenetas (esto es, de miembro o
simpatizante de la CNI).
La
aparición de la Virgen
es el libro de un poeta que se quedó en Chile (cuando salía, como
se lee en “Voy por las calles de un Madrid secreto”, se veía
diciéndose: “No sé qué mierda estoy haciendo aquí”), un poeta
que casi fatalmente se fue quedando en Santiago y estableciendo una
postura de hostilidad intelectual permanente y versátil hacia la
dictadura y sus avales civiles, teniendo que asumir el lugar, es de
suponer que hasta cierto punto incómodo para un carácter
refractario como el suyo, de faro o referente para muchos. No sin
vacilaciones se habrá animado a hacerse cargo de un episodio que
involucraba a la Virgen, cuestión harto incómoda considerando,
primero, que se trataba de una maniobra distractiva del gobierno y,
segundo, que Chile es un país extremadamente mariano, un país donde
se puede hacer burla o cuestión del Papa y de Cristo, de Adán y de
Eva, pero de la Virgen no, porque medio mundo se enerva, cunden
querellas y con facilidad todo puede terminar mal. Como sea, Lihn no
se burla de la Virgen en ese libro, tampoco del niño Miguel Ángel
ni de los crédulos. Su principal empeño, y también esto comporta
una buena dosis de coraje político, consiste en desmantelar la
precaria estructura retórica de un vil montaje comunicacional,
terminando de escamotearle el sentido que nunca logro proyectar.
Aparte
de una bitácora de las transformaciones de un sujeto y su contexto,
las tres secciones de este libro integran la larga y apasionada
crónica de una permanencia en el tiempo. Lihn era un poeta crítico,
un metapoeta o contrapoeta como se ha dicho abusando de la cacofonía,
pero este libro refuerza la idea de Lihn como un poeta ante todo
ético, movido siempre por una moral de la responsabilidad, a la
manera en que Hermann Broch o Violeta Parra eran escritores éticos,
es decir, simplemente a la manera de un hombre o una mujer atentos a
lo que su tiempo pudiera demandar, para menor mal del resto, de
alguien como ellos, acicateados por el imperativo de incomodar el
acomodamiento de la infamia en el país, el imperativo de no dejar el
mundo tal cual estaba antes de acometerse su representación. Tal vez
sea apropiado decirlo con las palabras con que Roland Barthes dejó
indicada la relevancia de Bertolt Brecht: “Conocer a Brecht tiene
una importancia distinta a la de conocer a Shakespeare o Gogol;
porque Brecht escribe su teatro exactamente para nosotros, y no para
la eternidad… La crítica brechtiana es pues una plena crítica de
espectador, de lector, de consumidor, y no de exégeta: es una
crítica de hombre concernido”.
La poesía crítica de Lihn también lo es. Con la gracia adicional
de resistir perfectamente una reedición veinticinco años después.
Que
La
aparición de la Virgen
haya sido el último libro publicado por Enrique Lihn en vida (luego,
póstumamente, saldría su Diario
de muerte)
da pistas para pensar qué habría escrito si hubiera traspasado el
umbral de los años 90. Con seguridad, no sería de complacencia la
mueca que su poesía y su persona habrían dejado escapar ante la
contemplación del espectáculo –no
sanguinario como el de la dictadura, pero apenas un poco menos
injusto–
de la democracia vigilada, de la justicia en la medida de lo posible
y de la cultura entretenida.
Vicente Undurraga
Prólogo a La aparición
de la Virgen y otros poemas políticos. Selección y edición de
Andrés Florit. Ediciones UDP, 2012, 134 páginas
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