Bilz
en la Literatura Chilena
(julio 2014)
Aunque temblando de frío, el cura-crítico de Nocturno de Chile de Roberto Bolaño se
toma –y uno llega a sentir su emoción cuando ve subir una gota por la
superficie de la botella– una Bilz en una fuente de soda de Santiago.
Detrás del arco en el que su padre –un ofuscado arquero
amateur– intenta atajar goles está instalado pacientemente un niño con “una Bilz
o un Chocolito”, en el cuento “Camilo” de Alejandro Zambra.
Mientras toma pílsener tras pílsener con un amigo y apuesta
billetes con unos parroquianos, el abuelo le pide al mesero que le dé a su nieto
que vino a buscarlo una Bilz mientras ellos siguen jugando, esto en La edad del perro de Leonardo Sanhueza.
Tras llegar del metro a su departamento, el sujeto que
habla en el poema “Día a día” de Matías Rivas toma Bilz en una “cocina inmunda”,
una escena en blanco y rojo donde “la satisfacción que me va quedando es
sacarme los zapatos / abrir el refrigerador y tomar un largo trago de Bilz”.
Son cuatro momentos de la literatura chilena del último
tiempo en los que, para decirlo en términos barthesianos, la bebida puede hacer
las veces de punctum, tal fue mi caso, un personal punto de anclaje en la foto –o
página–, lo que Barthes llamaba un “detalle que me atrae o me lastima”. En este
caso me atrae. Como hilo rojo –literalmente– está el hecho de que estos cuatro personajes,
cada cual a su manera aunque todos inolvidablemente, con la bebida lo que hacen
es, aparte de refrescar el garguero, hacerle o intentar hacerle frente al
tiempo: lo endulzan, lo apuran, lo driblean, se pausan.
Hay una foto de Sergio Larraín en una cantina de
Valparaíso en la que aparece una mujer muy atractiva, un borroso marinero
cruzándose y, entre medio, al fondo, una caja de botellas individuales de Limón
Soda. Yo creía recordar, yo recordaba firmemente que la caja era de Bilz, pero ahora
compruebo que era y es y será siempre de Limón Soda, lo que me impide redondear
estas líneas como quería, proyectando esos textos con esa foto en un punto de
fuga común. Pero, como sea, sin duda hay resonancias, un compartido efecto de
extrañamiento y a la vez de insospechado lazo en las mencionadas apariciones de
la bebida, como si algún burbujeo común se diera en esos textos. Bilz en la
literatura chilena: podría ser el título de una tesina de licenciatura que
recogiera y comentara los alcances y distancias de estos inolvidables casos. Hay,
por lo menos, una buena coincidencia de la que colgarse. Y seguro hay más
casos, o podrán surgir, y no meras menciones sino escenas como éstas, en las
que esa específica bebida dulzona y muy gaseada es requerida por la Literatura
Chilena para fijar en rojo un detalle, un momento. Hay otro autor en el que
aparece, pero ahora se me escapa, podría ser José Donoso pero no es José Donoso.
No veo a Donoso tomando esa bebida, sí acaso un té helado o una Nordic Zero.
A la Bilz, de color rojo entre transparente y fosforescente,
quizá qué sea lo que la hace tan recurrida literariamente. No se me escapa que es
propiedad de una compañía productora muy grande y ruín, con la cual no quisiera
en ningún caso aparecer simpatizando. Pero manda el realismo. En la literatura
chilena contemporánea, al fin la Bilz se liberó de la patética Pap. Otro mundo.
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