viernes, 18 de abril de 2014
lunes, 7 de abril de 2014
KeGoles
Voy a cumplir 33 años dentro de poco y como –devoro, en
realidad– dulces de la misma manera en que lo hacía cuando tenía siete años. Nueve
años. Diez, once años. Nunca he dejado de hacerlo. Tengo una total expertise en dulces chilenos, los he
comido con la compulsión de un niño cuasipobre al que le tiran luca y la va a
hacer parir al almacén de la esquina. No tengo sofisticación: aunque puedo
devorar Starbust y apreciar un buen caramelo alemán o un buen chocolate suizo o
gringo, soy un pirigüín feliz en el pantano de la cochina industria chilena. El
Kegol es para mí irreemplazable. Reconozco cierta compulsividad, puedo comerme
los que sean en pocos minutos. Antes de ayer, por ejemplo, fui con mi mujer a
almorzar al Baco. Al salir para comprarle cigarros, vi que el kiosquero de Lyon
tenía Kegoles y le compré quince y me los comí en cinco minutos, antes de
volver. Las mandíbulas me terminaron, como siempre, doliendo. Y la guata se me
endulza, pero qué otro placer masticable puedo hallar. Lamentablemente, ya no hacen
de plátano. Ni de naranja, lo cual es menos lamentable. Podría llenar páginas
dando cuenta, y especulando motivos, de cómo naranja es el sabor más usado, y
el menos apetecido, del rubro de la golosina barata. ¿Quién se pelea los Cri
Cri de naranja? El Kegol es una institución. Ha sobrevivido a centenares de
calugas y calugones. Cuando era niño valía ocho pesos. Ahora venden dos por
cien pesos, y los he visto a cien cada uno. Pero el Kegol es el Kegol y si lo
vendieran a dos por mil pesos, igual lo compraría. Hay
más calugas, claro. Nunca olvidaría el Tucán de principios de los noventa –no
esa imitación cuadrada que surgió años después de su desaparición–. Las calugas
Sunny también han durado, pero es otra cosa. Son de leche, son arribistas en su
pretensión, y aburren antes de que uno se pueda comer cincuenta de una sentada.
Ahora que le han incorporado sabores (coco, pistacho y no sé qué otra mierda),
es francamente patético. Mi suegro viene los martes religiosamente, y
religiosamente, pese a las indirectas de su hija, trae una bolsa del nuevo Sunny Gold, bolsa
dorada con café, horrible, molesta. El Kegol, cuadrado, duro como piedra a
veces, latigudo como mala poesía otras, es un verdadero orgullo para un chileno
como yo. Debiera ser exportado. Si hace frío, los calugones se ponen durísimos,
pero se pueden ablandar de varios modos. El más rápido que conozco es metiéndoselos
de dos o tres en el paquete, entre el calzoncillo y los cocos. A los dos o tres
minutos están llegar, masticar y tragar. Otras veces uno los compra y están blandos,
no derretidos ni latigudos, sino blandos, como un turrón, o una oblea incluso. Dos
veces en mi vida –hace diez años y hace tres o cuatro- le he escrito un poema a
los Kegoles.
El
primero debe ser de hace más de una década, tendría yo como veinte, y recuerdo
haberlo leído con relativísimo éxito en una lectura, la única en que alguna vez
participé, en El Rincón de los Canallas, en la calle San Diego. Lo más bohemio,
punk y beat que he hecho en mi vida:
KEGOLES
Me encantan los kegoles
y
a veces cuando voy al ekono
a
comprar pan coca cola y cigarros
me compro una bolsa con como veinte
calugones
–naranjos morados verdes rojos amarillos–
y cuando llego a mi casa
me escondo en mi pieza
y uno tras otro
en cosa de minutos
me los como todos y solo
más por la vergüenza del infantilismo
que por avaro
luego a los cinco o seis minutos
me duele muchísimo la guata
y siento un asco asqueroso
pero no importa porque feliz
me comí los kegoles multisabor
gusto masticable que me permito
ahora
que
ÚLTIMAMENTE
tan solito y con tan pocos gustos vivo.
El segundo,
en donde el Kegol lo combinaba con mis tics nerviosos y otros asuntos de
primera relevancia, es más reciente, un ejercicito de hace unos tres o cuatro
años:
TICS
Kegoles, Mazics: cuestiones que van
quedando
a través de los años en el centro de una
vida:
la mía. Y hay más: Kegoles, Mazics,
Tics: ruidos
que a mis Preciosas no dejan
dormir.
Kegoles, Mazics, cuestiones que van
quedando,
tics, ruidos, y hay más: una vida,
la mía, en el centro a través de los
años. Preciosas
sin dormir, Kegoles, Mazics, ruiditos,
tics: su desvelo.
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