LÍNEAS CONTINENTALES
(Publicado
en The Clinic en abril de 2013)
Cuando
releo pedazos de la “Parte de los crímenes” de 2666 de Roberto Bolaño y recuerdo los espeluznantes detalles a los
que puede dar forma el ensañamiento humano (mujeres violadas hasta por el
ombligo, que ha sido previamente tajeado, por ejemplo); cuando a instancias de
un amigo demente me pongo a mirar las fotos y los videos del mexicano y
sanguinario blogdelnarco.com; cuando leo “Los muertos”, el poema de la mexicana
María Rivera, pero sobre todo cuando en Youtube la oigo a ella misma leyéndolo
en el DF, con su vozarrón fuerte y duro pero a la vez provisto de una inmensa
dulzura, ante una multitud crecientemente atenta: “Allá vienen / los
descabezados,/ los mancos, / los descuartizados, / a las que les partieron el
coxis,/ a los que les aplastaron la cabeza, / los pequeñitos llorando / entre
paredes oscuras / de minerales y arena”; cuando leyendo a algunos de los
mejores narradores latinoamericanos en activo, como el hondureño Horacio
Castellanos Moya, el colombiano Juan Gabriel Vásquez, el guatemalteco Rodrigo
Rey Rosa, los mexicanos Yuri Herrera o Julián Herbert o Antonio Ortuño o los
brasileños Dalton Trevisan o Férrez (o Rubem Fonseca, para mayor rotundidad), cuando
leyéndolos me entero de más y más minucias sobre las desatadas formas que puede
tomar la violencia y el terror en el continente; cuando a propósito de los 40
años del 11 de septiembre de 1973 reviso algunos de los mejores libros
testimoniales o documentales que sobre el periodo que siguió a ese día negro se
han escrito (muchos de los cuales han sido reeditados últimamente, siendo clave
Tejas Verdes de Hernán Valdés);
cuando, en fin, recorro literal o literariamente este continente de lado a lado
o de arriba abajo –y sobre todo en su centro–, capto mejor, más hondamente, el
sentido de ese formidable y exagerado poema de Rubén Darío en el que se refiere
a América como a “una histérica / de convulsivos nervios y frente pálida”. El
poema es de 1892, se llama “A Colón”, está incluido en El canto errante y termina así: “Duelos, espantos, guerras, fiebre
constante / en nuestra senda ha puesto la suerte triste: / ¡Cristóforo Colombo,
pobre Almirante, / ruega a Dios por el mundo que descubriste!”. El punto de
distancia con el desaliento rubendariano, eso sí, lo obtengo justamente porque
esa “histérica de convulsivos nervios” ha engendrado, también, a Rubén Darío,
Roberto Bolaño, Rodrigo Rey Rosa, Julián Herbert, Yuri Herrera, Ferréz, Dalton
Trevisan, Rubem Fonseca, Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Rey Rosa, María
Rivera, etcétera.